En un entorno envenenado por la confluencia de una crisis sanitaria y económica, a la que se suman tensiones políticas y sociales de creciente magnitud, el presidente López Obrador puso de manifiesto el pasado fin de semana que ha decidido radicalizar sus posiciones.
Previa la típica recriminación hacia sus adversarios, el mensaje presidencial supuso un desafío expreso para que la compleja gama de actores en toda la nación defina si están a favor o en contra de la 4T. Parecemos presenciar los efectos de la desesperación presidencial y el triunfo, al menos por ahora, de los sectores más duros dentro de su equipo.
La percepción es que el mandatario enfrenta obstáculos cada vez mayores para su proyecto de nación, algunos de ellos sembrados por sus opositores, otros surgidos de la pura y dura realidad. No distinguir entre unos y otros, cargándoles la culpa de todos los problemas a los adversarios, podría estar creando una atmósfera políticamente irrespirable y socialmente explosiva.
Ya es hecho un hecho reconocido que el estilo personal de gobernar de López Obrador (el populismo, que en múltiples naciones adopta ropajes políticos diferentes) incluye la inclinación a crear inquisiciones para exhibir como enemigos del pueblo a los contrarios, sean estos líderes partidistas, gobernadores, empresarios, medios de comunicación, periodistas, agrupaciones feministas, líderes sociales…
Se trata, sin duda, de un fracaso para la democracia mexicana, el desencanto masivo sobre un modelo que nos debió haber permitido, mediante la pluralidad de ideas y la conciliación de intereses, construir un ambiente favorable a la solución de los problemas y las injusticias. Es verdad, como dice López Obrador, que acumulamos décadas de traiciones y engaños, lo que trajo que la mitad de México no pueda salir de la miseria. No es gratuito el esperanzado embeleso hacia el tabasqueño que generan todas las encuestas levantadas en el sur-sureste del país, y los altos porcentajes de aceptación en otras regiones.
Pero la deriva del Presidente anticipa noticias amargas. Hace algunos días, en Palacio Nacional, frente a un amplio grupo de colaboradores, los instruyó, entre bromas y veras, sobre cómo proceder frente a los adversarios, que él genéricamente llama “conservadores”.
En un juego de palabras en el que aludía sin mencionarlo a su rancho, en Chiapas, que él ha bautizado “La Chingada”, planteó: “Podemos mandar a los conservadores a Palenque (sonrisas apenas contenidas en el público), pero les debemos hablar despacito…”.
El problema se expresará cuando entre los “conservadores” empiecen a ser enlistadas figuras dentro del gobierno, pero con pensamiento y visión propios, que ahora empiezan a ser desplazados en el ánimo presidencial por los incondicionales y radicales. Como las llamadas “doñas de la 4T”, las secretarias de la Función Pública y de Energía, Irma Eréndira Sandoval y Rocío Nahle. O los “duritos” de Palacio Nacional, que han reducido a figuras decorativas a personajes como Alfonso Romo, convertido en oficialía de partes para tramitar reuniones con empresarios en las que nunca se resuelven nada.
¿Cuánto tiempo soportarán a las reforzadas inquisiciones los líderes de Morena en el Congreso, Ricardo Monreal en el Senado y Mario Delgado en San Lázaro, bajo la presión de que el parlamento debe ser un instrumento del gobierno y no foro de la pluralidad y del consenso? Un ejemplo de ello se expresa ya en la revancha que Morena pretende cobrar sobre las famélicas bancadas del PRD y el PES, o el costo que supondrá para el PAN haber incurrido en la “herejía” de haber atraído a una senadora que nunca supo qué estaba haciendo en Morena.
Pero el escenario en verdad relevante está ya entre nosotros: las elecciones de 2021, que consolidarán el peso del presidente López Obrador y Morena o cambiarán el mapa político del país.
Se trata sin duda de la batalla en la que tendrían que estar mayormente concentrados los gobernadores de oposición, los partidos y otros actores políticos que en los últimos 18 meses han intentado, con muy limitados resultados, constituir un polo que ejerza de contrapeso.
En el enorme número de cargos que estarán en disputa podemos hallar la magnitud de la batalla. En particular, en la conformación de la futura Cámara de Diputados. Lo demás será casi lo de menos.
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