En la primavera de 2014, meses antes de la tragedia que marcó brutalmente al gobierno de Enrique Peña Nieto, funcionarios de su administración parecían determinados a defenestrar al entonces alcalde de la ciudad de Iguala, Guerrero, José Luis Abarca, pues junto con su esposa, María de los Ángeles Pineda, eran considerados piezas para la operación del crimen organizado en la región. De pronto, la estrategia fue frenada, al parecer por cálculo político.
El director en persona del Centro Nacional de Inteligencia (Cisen), Eugenio Imaz, sostuvo encuentros con colaboradores del entonces gobernador Ángel Aguirre Rivero, a quienes mostró un informe sobre “objetivos prioritarios” de la institución, entre los que se hallaba ese presidente municipal, postulado como Aguirre, por el Partido de la Revolución Democrática. El informe incluía fotografías de Abarca con Andrés Manuel López Obrador. El político tabasqueño afinaba en esa época los últimos detalles para formalizar el registro de su nuevo partido, Morena.
Reportes allegados a este espacio dan cuenta de que la integración de los expedientes judiciales para el desafuero de Abarca Velázquez, y su eventual encarcelamiento por delitos federales, avanzó con celeridad en las primeras semanas tras estos contactos, pero súbitamente entró en un impasse.
Los interlocutores de Imaz, un estrecho colaborador del a la sazón secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, concluyeron que éste jugaba con los tiempos políticos para lanzar una bomba mediática contra opositores en una fecha más cercana a las elecciones de junio de 2015, cuando debían renovarse la Cámara de Diputados federal y varias gubernaturas, entre ellas la de Guerrero.
El golpe así diseñado tendría el potencial suficiente para golpear a López Obrador, considerado virtual candidato presidencial para 2018. Y de paso demolería al PRD, especialmente en Guerrero, permitiendo el retorno del PRI a la gubernatura.
Este episodio virtualmente desconocido incluye a tres personajes centrales en la tragedia de la noche del 26 de septiembre de 2014, cuando la policía municipal de Iguala y grupos de sicarios del crimen organizado actuaron en forma coordinada para disparar sobre autobuses que transportaban a estudiantes de la normal rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, secuestrar a decenas de ellos y presumiblemente asesinarlos más tarde, incinerando sus cuerpos, o al menos algunos de ellos.
Osorio Chong y Aguirre Rivero son actores clave para desentrañar una historia que esta semana llega a su quinto aniversario como el más crudo símbolo de impunidad (con criminales confesos liberados por jueces; fiscales y abogados incompetentes por igual), nutrida por una sorda pugna entre políticos de varias etapas en el gobierno Peña Nieto.
Desde las primeras horas posteriores a la desaparición de los estudiantes normalistas en Iguala, Osorio Chong estuvo al frente del manejo político de la crisis. Debía lidiar con un gobernador Aguirre al que se le atribuía un severo problema de alcoholismo. Y en sus reportes en las sesiones de trabajo en Los Pinos ante el presidente Peña Nieto, Osorio se dijo exasperado ante la apatía del mandatario estatal frente a la tragedia.
Pero ambos fueron grandes amigos; habían sellado su cercanía como diputados federales en la 49 legislatura, iniciada en 2003. Pese a que desertó del PRI para ser candidato en 2010, Aguirre reveló haber recibido durante su campaña apoyos en metálico del hidalguense. Ya como gobernador a partir de 2011, era frecuente anfitrión de Osorio en fiestas privadas en Acapulco.
Pero para cuando surgió la oscura noche de Iguala ambos habían roto, al parecer por asuntos personales, según testimonios aportados por fuentes cercanas a ambos. Desde los primeros interrogatorios, los fiscales federales insistían que los testigos mencionaran presuntos nexos del gobernador con Abarca y el crimen organizado. El 26 de octubre, justo un mes después de los hechos, Aguirre se separó de la gubernatura. Durante semanas se consideró inminente su encarcelamiento.
Se trata éste de uno de los enigmas de Ayotzinapa que hay que desentrañar para entender, para juzgar. Y para que un día la nación cicatrice esa herida.
La lista de esos enigmas es mucho más amplia. Aquí lo espero el martes para retomar el tema.
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