La muerte de Luis Echeverría Álvarez, presidente hace más de medio siglo (1970-1976), alentará las ya frecuentes comparaciones con el actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador, en particular por la mutua inclinación a concentrar el poder, a mitificar su presidencia como encarnación del pueblo e imponer la retórica de un país con destino manifiesto..., pero también para anticipar que el colofón de estas historias es siempre una paulatina e irremediable pérdida de control. Primero sobre el tablero político, después sobre la realidad.
En muchos aspectos, no obstante, las biografías de Echeverría y de López Obrador no podrían ser más diferentes: el primero construyó cada etapa de su meteórica carrera desde atrás de un escritorio; el segundo, recorriendo una y otra vez mil pueblos. Ambos, con la promesa de una redención para los campesinos, los indígenas y los pobres que nunca acaba de llegar.
A los 23 años, en 1945 (cuando el general Lázaro Cárdenas regía en los altares de la política), el muy joven Echeverría participó en un congreso que reclamó regresar a sus orígenes a la Revolución mexicana. Un año después, casado ya con la hija del liberal José Guadalupe Zuno, exgobernador de Jalisco (1923-1926), es incorporado como secretario particular del general cardenista Rodolfo Sánchez Taboada, entonces flamante presidente del PRI y al que conocía por la afición compartida por el tenis. En sus años 20, López Obrador empezó a crecer en la política tabasqueña bajo la leyenda del cacique Tomás Garrido Canabal y el padrinazgo intelectual de Carlos Pellicer. De ellos abrevó a su vena popular y su pasión por el indigenismo.
Tres secretarios de Hacienda acumuló Echeverría; tres son los que lleva López Obrador. En el primer caso, el último de ellos fue Mario Ramón Beteta, quien lo orilló a anunciar en su último informe de gobierno -septiembre de 1970- la devaluación del peso. Había declarado que “las finanzas nacionales se controlan desde Los Pinos”. Como publicó ayer “The New York Times”, fue un presidente que sometió la economía a su capricho. López Obrador ha sido capaz de proyectar como su principal fortaleza un manejo muy conservador -neoliberal, podría decirse- de los variables económicas.
Echeverría se obsesionó con la presencia internacional, viajó sin freno, con las complejidades de la época, imaginándose líder del tercer mundo. Con un equipo sólido, creó nuevas leyes e instituciones. Cincuenta años después, cuando la globalización parece en retroceso, López Obrador, con un gabinete variopinto, luce ensimismado en el ombligo nacionalista.
Non faltan quienes identifican en ambos un talante autoritario, que en el caso de Echeverría se expresó en masacres, en particular contra estudiantes y maestros. La impronta de López Obrador no es violenta, pero desentona frente a un ciudadano más informado y participativo.
Apuntes:
El martes en este mismo espacio , le informé que tres exsenadores panistas, entre ellos Roberto Gil Zuarth, presentaron ante la fiscalía de Tamaulipas una denuncia contra Santiago Nieto, extitular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) y actual colaborador clave del gobernador electo Américo Villarreal. Me apoyé para ello en una fuente regularmente confiable. Ahora le comparto que esa versión es, en principio, falsa. Sí existe una denuncia contra Nieto Castillo en dicha fiscalía, presentada por Jesús Villarreal Salinas, ex alcalde de Reynosa, cuyas cuentas bancarias fueron congeladas por la UIF en 2019 ante presuntas operaciones financieras ligadas a la venta de combustible robado. Para estos efectos es irrelevante si este personaje recibió asesoría legal como parte de la conocida pugna entre Gil Zuarth y Castillo. Me disculpo con los señalados y en particular con usted, lector.
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