Algo se rompió, y no poco, en el futuro de Miguel Ángel Mancera cuando durante la primavera de 2015 fue convencido por su equipo de operadores de burlar un pacto que estableció con el entonces dirigente nacional de Morena, Andrés Manuel López Obrador.
Lo que en esas jornadas se derrumbó entre ambos personajes soltó las alarmas en el equipo del ahora presidente de la República sobre la existencia de una estructura dispuesta a lo que fuera para defender un modelo de gobierno profundamente corrupto, cuyos rostros se asoman ahora tras las primeras cinco investigaciones judiciales sobre funcionarios clave en la pasada administración de la ciudad de México.
El proceso abierto contra Raymundo Collins ameritó, por sus características, ser anunciado por la propia jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. El expediente respectivo acumula denuncias de desarrolladores inmobiliarios en contra de Collins y otros funcionarios coludidos, durante la gestión del primero como director del Instituto de la Vivienda (Invi) en la capital del país.
Pero el blanco al que la señora Sheinbaum busca atinar está más arriba de Collins Flores, considerado por instancias locales y federales una pieza relevante en el enorme entramado de corrupción que engarzó al primer círculo de Mancera con un tráfico multimillonario de bienes raíces. Ese apetito, se dijo a este espacio, se extendió a diversas regiones en Estados Unidos, cuyas autoridades han mostrado inquietud por esclarecer el origen del dinero empleado en múltiples operaciones.
Entre los señalamientos sobre Collins destaca haber exigido cantidades millonarias a empresas constructoras, pero de acuerdo con información conocida por este columnista, el Invi fue también eslabón de una larga cadena utilizada para especular con terrenos, alterar permisos para edificar en forma irracional complejos habitacionales y comerciales, despojar a familias de propiedades intestadas y alterar documentos en el Registro Público de la Propiedad, con el apoyo de notarios venales.
Un viejo principio de la política establece que en las grandes debacles puede identificarse un solo hecho como el error de raíz; las demás son solo consecuencias.
Reducido hoy a una senaduría testimonial, casi proscrito, Mancera exhibe una trayectoria que soporta varias miradas, pero destaca haber encabezado un equipo de trabajo que entendió la política como plataforma para hacer negocios, frívolo y profundamente incompetente.
Ese equipo aprovechó las múltiples limitaciones de su jefe y lo mantuvo adherido a una estrategia suicida de complicidad con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio (vecino de escaño), y con el expresidente Peña Nieto.
De ese precipicio se pudo haber salvado Mancera, al menos parcialmente, si hubiera honrado su palabra aquel 2015, cuando ya estaban a la vista las elecciones intermedias y se reunió con López Obrador, quien le pidió no violentar el proceso, que ya anticipaba un avance importante en favor de Morena en delegaciones y el Congreso local. El tabasqueño le anticipó que incluso no estaría en la capital del país el día de los comicios, pues acudiría a diversos estados en donde también habría cita con las urnas.
El resultado de ese acuerdo fue desastroso. El equipo de Mancera fabricó encuestas que garantizaban para el PRD triunfos, vendió candidaturas, saboteó actividades de los abanderados de Morena, hundió campañas de personajes no afines, incluso de algunos cercanos al propio jefe de Gobierno; manipuló a autoridades, sobornó a periodistas de todos los niveles, creó medios de comunicación “piratas”. Pero al final y pese a todo, fue ruidosamente derrotado.
Cuando la lección de las elecciones le cayó como un mazazo en la cabeza, Mancera buscó a López Obrador con la ansiedad de un náufrago. Le anunció cambios en su gabinete al más alto nivel, le propuso acordar conjuntamente las nuevas designaciones… De nada sirvió. Se encontró buscando negociar con un témpano de hielo.
Al reencontrarse con sus colaboradores, éstos descubrieron que López Obrador dejaba por primera ocasión de referirse al gobernante capitalino como “el doctor Mancera”.
“Mancerita no tiene remedio”, les dijo. Los ahí presentes entendieron que ahí se había producido un quiebre (ya era hora, pensaron algunos). Que hacia adelante no existiría espacio propicio para acuerdo alguno. Solo territorio comanche.
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