Gobernante, político, dirigente social con apego por la historia, el presidente López Obrador rebasaba apenas los dos meses en el cargo cuando, durante una entrega de créditos a ganaderos en Campeche, se dijo inspirado por el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, un personaje nacido hace 128 años, dos siglos atrás, anclado entre las dos grandes guerras y cuyo legado principal se identifica con la reactivación de la economía de su país tras la llamada Gran Depresión iniciada en 1929.
El domingo, cuando se esperaba un programa (que nunca llegó) contra la actual crisis sanitaria y económica, el Presidente volvió a echar mano de la figura de Roosevelt , quien ocupó cuatro veces sucesivas la presidencia estadounidense (1933-1945). Habrían sido más si una apoplejía no lo hubiera matado el primer año de su último perido.
Como lo han documentado historiadores mexicanos , López Obrador recurre a lecturas apresuradas y superficiales en este campo. Y así ocurre con Roosevelt , aunque sería una espléndida noticia que en verdad aprendiera de los pasos de este hombre cuyo verdadero mérito no fue económico, sino haber alentado un pacto (el New Deal) que perfeccionó la democracia norteamericana, donde todo ciudadano y clase social se sintieron convocados y repesentados.
H.W. Brands escribió en 2008 la más afamada biografía de Roosevelt. La tituló “Traidor a su clase”, para describir al hombre que tuvo una vida privilegiada (fue parte de una dinastía asentada en Nueva York), pero una presidencia radical, de profundos cambios, que no se redujo a satisfacer a sus bases políticas, sino que rediseñó su nación y la convirtió en el eje de un mundo en intensa convulsión.
Lastrado por la poliomielitis desde 1921, Roosevelt, un demócrata demasiado liberal para su entorno y con un modesto patrimonio personal, conquistó la gubernatura de Nueva York en 1928, y desde 1932 se sabía que arrasaría en la carrera por la presidencia. Orador creativo, incapaz de pronunciar una mala palabra y dotado de espléndido humor, empezaba su día revisando los periódicos, cada viernes ofrecía una “mañanera”, pero triunfó en política gracias a un nuevo medio: la radio, con la que una noche de cada semana cautivaba al país al transmitir sus históricas charlas frente a la chimenea.
López Obrador sugirió el domingo que, inspirado por Roosevelt, ampliaría sus programas de apoyos a grupos vulnerables, otorgaría créditos a pequeñas empresas y crearía dos millones de empleos, aunque no explicó cómo.
En contraste, lo que Roosevelt hizo fue lo que ahora recomiendan a México entidades como la Cepal y el FMI : lanzó un programa histórico de inversión pública en infraestructura (carreteras, escuelas, centrales eléctricas…). La llamó “una revolución pacífica en la que no se renuncia al imperio de la ley…ni al derecho de cada individuo y cada clase social”.
Enfrentó enormes resistencias por parte del sector privado, contuvo los intereses de los bancos en particular al grado de frenar sus operaciones mientras avanzaban nuevas leyes. Y desafió a las 50 principales familias que conducían la economía nacional, entre ellas la suya.
Esta maraña de intereses privados tuvo como vocero al diario financiero conservador “The Wall Street Journal”. Pero al consolidarse la convocatoria para el nuevo pacto, el New Deal, ese periódico publicó: “Todos nosotros, en todo el país, debemos estar listos para efectuar sacrificios en favor del bien común, y aceptar nuevas realidades en una dimensión que no hubiéramos admitido hace apenas algunos meses…”.
Roosevelt promovió una reducción de horas en la semana laboral, fortaleció a los sindicatos y convocó a los empresarios a buscar el rescate de la mayoría de los 15 millones de empleos perdidos durante la crisis.
La economía norteamericana no se recuperó del todo sino hasta existir el nuevo orden que trajo la Segunda Guerra Mundial. La figura de Roosevelt no se entendería sin su inserción en el mundo de su época, y en particular, sin su larga alianza con el primer ministro inglés Winston Churchill.
Pero su verdadero sello histórico está ligado a una democracia en constante perfección, con mayores libertades públicas. Esa es su mayor lección.