El presidente López Obrador parece ser cada vez más consciente de que su legado estará anclado al desempeño logrado ante los desafíos impuestos por la pandemia y los rezagos que exhibe nuestro sistema de salud. Quizá entendió ya que la bondad de sus programas asistenciales se puede comparar con el impacto de 600 mil familias marcadas con la muerte de uno de los suyos por Covid, o de algún otro que haya entrado vivo y por su propio pie a un hospital y salido muerto.
“Ya no quiero escuchar más pretextos sobre el desabasto de medicinas”, dijo el mandatario el pasado miércoles en Colima, en un claro regaño a los titulares de Salud, Jorge Alcocer, y del Insabi , Juan Ferrer. Lo que debe estar retumbando en los oídos presidenciales es el fracaso de toda la estrategia de su administración en este campo -no solo en materia de medicinas.
López Obrador se ha tropezado con este problema desde las semanas posteriores a su triunfo electoral en 2018. “Tengo claro qué debo hacer en muchos temas, pero no en salud; pónganse de acuerdo en un programa”, insistió infructuosamente el Presidente en varias reuniones frente a interlocutores como Germán Martínez, que sería director del IMSS; Asa Cristina Laurell, que ocuparía una subsecretaría en Salud (ambos eventualmente defenestrados); Carlos Urzúa o Raquel Buenrostro , quienes acabarían rivalizando por el poder en Hacienda —y también removidos de sus puestos. Por si hiciera falta, luego surgió Hugo López-Gatell, el patético “Doctor Muerte”.
Ya se rebasó la mitad de la actual administración y ese programa no aparece en el horizonte. La pandemia no hizo sino aumentar los problemas y disminuir los recursos para enfrentarlos. Todo indica que el panorama no hará sino agravarse en el futuro inmediato.
Si es sincero el hartazgo de López Obrador frente a la pasividad del secretario Alcocer y la incompetencia de Ferrer (por no citar la corrupta megalomanía de López-Gatell), la única alternativa real será voltear la mirada hacia una solución que ha estado ahí siempre, pero que recibe continua metralla desde múltiples flancos de la llamada cuarta transformación: el Instituto Mexicano del Seguro Social.
Desde la Oficialía Mayor de Hacienda , entonces a cargo de Buenrostro, fue desmantelado el sistema de compras de medicamentos del Instituto que había acumulado décadas de experiencia. Hay indicios de que ello empieza a ser revertido y que se usará al organismo que conduce Zoé Robledo como el eje de un nuevo sistema. No podría ocurrir en un peor momento: el reclamo de López Obrador puede actuar sobre las farmacéuticas como la sangre con los tiburones al provocar mayor especulación y encarecimiento sobre las medicinas de patente.
El surgimiento, en enero de 2020, del Instituto de Salud para el Bienestar , y la designación de Juan Ferrer al frente —dos de las peores decisiones tomadas por López Obrador— canceló la posibilidad de que sus tareas fueran desempeñadas por el mismo IMSS por la vía de multiplicar el segmento de clínicas IMSS Bienestar, como estaba ya diseñado. A ello se sumó la regresión que supuso cancelar el Seguro Popular, para que estuvieran sentadas las bases del actual desastre.
Alguien debe explicar al Presidente que la escasez de medicamentos sí es producto de la inexperiencia, la torpeza e incluso la corrupción de un importante número de sus colaboradores. Pero también, que se trata de un síntoma de un mal mayor: la falta de un sistema universal de salud. López Obrador lo prometió, y nunca hemos estado más lejos de cumplir ese propósito.