“La policía mexicana (del aeropuerto internacional de la Ciudad de México) nos arrestó: 17 turcos y 28 colombianos. Nos dejaron cuatro días en un cuartito. A mí, por ser mujer, me permitieron dormir sobre el inodoro de un baño pestilente. Nos quitaron nuestros papeles, el pasaporte, el teléfono. Por las noches era sacada de ahí para ser sometida a burlas e insinuaciones sexuales de policías. Finalmente nos deportaron, a Estambul. Llegué muy enferma, con un hueso lesionado…”.
Es el testimonio de una mujer turca que viajó a la capital mexicana a inicios de año, invitada por empresarios, entre ellos Alejandro C. y socios, que en vano preguntaron por ella y su compañero también retenido en la terminal aérea. Acudieron a la embajada turca en nuestro país, donde también los ignoraron.
En la sala de espera del aeropuerto, Alejandro y sus compañeros esperaban.
“Organizamos la visita de dos ciudadanos turcos que venían a comprar productos de los que soy fabricante. Hicimos la carta invitación; viajaban desde la ciudad de Burza y en el vuelo directo de Turkish Airlines. Al ver que no salían comenzamos a preguntar a varias personas en la Sala E en la Terminal 1, y conocimos a otros dos viajeros cuyas esposas habían sido retenidas… Los familiares de nuestros invitados comenzaron a llamarnos, preocupados. Migración, ubicada en la Sala 10, se negó a dar información. Llamamos a la embajada turca 15 veces; al número 16 contestaron, pero de inmediato colgaron”.
Esta historia, cuyos detalles podrían ser recabados por cualquier autoridad interesada, llegó a este espacio —y fue validada— junto con muchas más, tras la entrega publicada el pasado 1º de febrero (“Hoyo negro migrante en la ciudad de México”) sobre el panorama de extorsiones, secuestros y vejaciones contra viajeros que llegan al país con papeles en regla, visa incluida, pero son seleccionados por efectivos de diversas corporaciones (Migración, Guardia Civil, Policía Ministerial Federal) y sometidos a un infierno bajo acusaciones de que buscarán quedarse ilegalmente en territorio nacional.
El pasado fin de semana, en Colima, el presidente López Obrador confirmó que efectivos de la Marina se sumarán a los ya numerosos cuerpos de vigilancia en los aeropuertos internacionales, incluido el de la capital del país.
“Nos ocurrió (en esas terminales) lo mismo que en Manzanillo”, dijo el mandatario, en alusión indirecta al dominio que en ese puerto han conservado grupos criminales mediante la exacción sobre las operaciones, además de ser uno de los principales puntos de entrada de fentanilo, la materia prima de drogas de diseño.
Lo que ocurre con visitantes y migrantes extranjeros al llegar a nuestros aeropuertos se trata, hay que subrayarlo, de una historia de terror que incluye extorsión, enclaustramiento en “zonas grises” (sin incómodas cámaras de vigilancia), por ejemplo, en ambas terminales en la capital del país, desde donde son trasladados en un número no determinado a presuntas cárceles clandestinas utilizando a taxistas de las diversas empresas concesionarias.
Lo mismo está ocurriendo en otros aeropuertos internacionales del país. En días pasados un periódico en Alemania denunció el secuestro y tortura, en Cancún y por cuatro días, de un turista originario de ese país. Un comunicado oficial aceptó la detención y deportación , pero omitió mayores explicaciones.
Lo que no ha informado López Obrador es si existe alguien bajo investigación sobre este tipo hechos, que se suman a otros ilícitos como el contrabando de estupefacientes y mercaderías. Se trata de un cambio de estrategia en los aeropuertos bajo el mayor de los misterios. Lo que al parecer presenciamos es un crimen sin castigo.
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