“Cuando creíamos tener todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”. Lo conocido, lo habitual, lo de siempre, se esfumó, no volverá, ya no existe, nos abandonó. Colapsó. Se llevo mucho de lo nuestro: costumbres, hábitos, rutinas, formas de ser y comportamientos, vicios y virtudes. El proceso aun no concluye, la despedida y el adiós está resultando dramático e interminable, provocando desconcierto en el espíritu y en el alma humana; soledad, desamparo, tristeza, miedo, frustración, coraje y muerte. Muchas muertes.

La vida sigue, inagotable e inmortal. Hemos superado calamidades, guerras, desastres naturales, pandemias. Hemos librado batallas que parecían imposibles de ganar y con determinación y coraje hicimos posible la victoria. No son tiempos de rendición, son momentos de lucha, entrega, y confianza en nuestra capacidad de resurrección. Nuestra fuerza es indomable. Venceremos. Saldremos adelante.

Hay mucho por cosechar. No todo está perdido. La siembra ha sido prodiga y la semilla generosa. Todas y todos, hemos construido un mundo maravilloso; un mundo de enormes y grandiosas realizaciones. Es sorprendente el avance en todos los órdenes de la vida humana. Llegamos a la luna, pronto conquistaremos el universo. El avance de la ciencia y la tecnología raya en lo divino.

Un fantasma recorre al país, el COVID, deja muerte tristeza y miedo; es un verdadero problema que debemos afrontar con toda la fuerza de nuestro ser. Está amenazada nuestra vida, no podemos flaquear, no hay tregua posible, nuestro objetivo debe ser único e irrenunciable: vencer la calamidad. Tiempos de trabajo y esperanza, tiempos de reinvención y renacimiento, de valentía y arrojo para atreverse a descubrir el secreto de la nueva vida. Momentos de cambios profundos en nuestro ser, de intensa emoción por vivir, y transformarnos y, de nuevo, aprender a caminar en un mundo desconocido.

El costo es muy alto y el precio inalcanzable. Esperamos que pronto termine la pesadilla. Es el ciclo de la vida, también el de la muerte. Ya somos otros, ya no somos los mismos, tenemos que reconstruirnos; aparecidos de pronto, dando nuestros primeros pasos, nuevos viajeros y pobladores de otro mundo, inédito e inexplorado por nosotros. Es nuestra gran aventura, vayamos por ella.

Despertemos de nuestro espasmo, alejemos nuestros miedos y pongámonos en marcha. La travesía es larga y se antoja prometedora, es el rescate de nuestra vida, es nuestro destino. Démosle la bienvenida, lo abracémosle con emoción inusitada, y bendigamos a Dios por la salvación. Aprovechemos esta oportunidad para transformarnos, para ser mejores seres humanos, para aplicar nuestra propia metamorfosis y sólo conservar lo más puro y limpio de nuestro ser.

“Vendrán tiempos mejores”, aligeremos nuestra marcha, desechemos la carga negativa de prejuicios atávicos y complejos que entorpecían nuestro caminar y escondían nuestra felicidad en ese mundo de cuanthuà, en ese mundo del recuerdo. Llego la hora de romper las viejas ataduras, que nos anclaban al árbol que el viento y la pandemia se llevaron.

Emprendamos, pues, el vuelo y tramontemos lo más alto posible las alturas para lograr la verdadera realización humana.

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