A los mexicanos nos ha costado mucho la construcción de nuestro país. Ha sido un largo proceso, un camino sinuoso con vicisitudes y obstáculos, algunos insuperables y, con frecuencia, episodios y acontecimientos dolorosos. Vivimos tiempos aciagos y de extremo peligro. La codicia amenazó nuestra naciente nacionalidad y aprovecharon nuestras debilidades. Las circunstancias sellaron nuestro destino; divisiones internas, guerras fratricidas y falta de patriotismo de algunos gobernantes lesionaron nuestra soberanía. Perdimos más de la mitad de territorio, pero conservamos la República.
Es nuestra historia, con claros y obscuros, con sombras y luces, con actos de heroísmo y de claudicación. Rescatemos lo mejor de este batallar, extraigamos la esencia que nos enorgullece y que nos ayuda a fortalecer nuestra autoestima y encontrar nuestra identidad. Apartemos la bruma y arrojemos el fardo pesado y viejo que nos impide ver y caminar con precisión, para no caer y cometer los mismos errores. No debemos anclarnos al pasado, tenemos un futuro enfrente, vayamos por él.
Esta narrativa no es única ni propia. La conformación de las naciones, en todos los países, fue también complicada, azarosa y violenta. Es el acontecer de aquellos mundos y de las ambiciones humanas. Entender y comprender la historia como un proceso y una realidad nos ayuda a revalorarnos y abrirnos al futuro.
La Conquista, la Independencia, la Reforma y la Revolución fueron procesos que enaltecieron nuestro patriotismo; crónica heroica de un pueblo en busca de su destino, siempre en lucha por su libertad y soberanía. Es tiempo de reconciliación con nosotros mismos, de desterrar prejuicios de antaño y no caer en la provocación de una visión reduccionista de la historia que nos hace perder objetividad y nos obliga a contemplar una falsa realidad entre buenos y malos, entre héroes y villanos. Ubiquémoslos en su justa dimensión en el tiempo. Esta es la mejor forma para reencontrarnos a nosotros mismos y proteger nuestro país, nuestras instituciones y los valores de libertad y democracia.
Somos una nación en construcción, una sociedad en tránsito. Estamos apenas a la mitad de nuestra obra; es tiempo de reposar la marcha y reflexionar, con sentido autocritico, lo que debemos conservar y ha funcionado y evitar la demolición indiscriminada que nos conduce a la anarquía, a la descomposición social y a la violencia.
Somos herederos de grandes culturas y de vastos y ricos recursos naturales. México debería ser una potencia económica, política y social. Sin desconocer nuestros aciertos es menester aceptar que no lo hemos gobernado con eficiencia y resultados concretos para el bienestar de la gente. La rendición de cuentas seria desfavorable, no hemos estado a la altura de las circunstancias. Nuestra realidad actual es evidente: injusticia, depredación social, pobreza extrema, falta de seguridad, pandemia y parálisis económica.
Esta realidad es la que debemos cambiar, es nuestro deber como mexicanos, es nuestra vida, es nuestro destino. Las actuales calamidades pasarán tarde o temprano, nada es eterno. El cambio es la rutina de la vida, debe haber un reacomodo de nuestro comportamiento y descubrir nuevas formas de convivencia. El país no cambiará si no cambiamos nosotros. Nadie vendrá a hacer nuestro trabajo, asumamos nuestro compromiso; sólo un esfuerzo colectivo sacará adelante a nuestra nación. Es momento de tomar conciencia plena, ponernos a trabajar y defender nuestras libertades.
México necesita una sacudida, estamos en una etapa crucial. Con frecuencia los políticos confunden objetivos con instrumentos, se pierden en la dispersión y en el activismo improductivo, en la molicie y el autoengaño, no resuelven las causas y se entretienen con los efectos. Nos urge crear ciudadanía con principios, valores y honestidad, vocación de servicio para trascender. Sin ciudadanos no hay futuro, sin ciudadanos se demuelen las libertades, sin ciudadanos florecen el atropello, el autoritarismo y la tiranía.