La política es un ejercicio de inteligencia, la capacidad de conciliar y de construir acuerdos y el instrumento por excelencia para multiplicar la suma de las alianzas, internas y externas, y concentrar fuerza para acceder al poder. En democracia es herramienta para servir, garantizar libertades, salud, seguridad, bienestar y contribuir a realizar los sueños y esperanzas de la gente.
En tiempos difíciles se conoce la dimensión y verdadera estatura del líder; crece ante la adversidad o se entierra en el olvido, el desprestigio y la melancolía. Nuestro tiempo es crucial, está a prueba la fortaleza de nuestra democracia. El cansancio popular, el hartazgo de la gente se expresó en las urnas y se dio el cambio de régimen. El país está en ebullición política, todo ha cambiado, formas, estilos y concepciones, en movimiento y en transición.
El presidente está en pleno ejercicio del poder, su misión es enterrar el pasado neoliberal y construir el regreso del nacionalismo revolucionario. A los partidos políticos y a sus adversarios los tiene en las cuerdas. En sus mañaneras y desde el púlpito del poder cada día reparte indulgencias, además de señalar y amenazar a los pecadores; la carga ha sido demoledora. Hasta ahora los opositores y adversarios no han podido construir una defensa convincente y menos representar una oposición política a la altura de las circunstancias.
Los fantasmas están sueltos. El cambio de régimen va en serio, no es gatopardismo, es combatir la corrupción y enjuiciar a los culpables, cambiar el modelo económico, liquidar al neoliberalismo político, volver al nacionalismo revolucionario, recobrar la esencia del neoliberalismo del siglo XIX, afianzar el programa social cardenista, recobrar el petróleo del general Cárdenas, la electricidad de López Mateos y, como cereza del pastel, enterrar la reforma energética neoliberal, cancelar las privatizaciones y expandir la participación del Estado en la economía.
En este contexto y realidad se dará la contienda electoral. La disputa de los dos Méxicos, quiérase o no, se dará entre los pro López Obrador y los anti López Obrador. Lo delicado es que se puede convertir en un referéndum del presidente y esto, sin duda, abonará al fortalecimiento de votos para Morena.
Ante este espectro, los partidos deben tomar conciencia de su responsabilidad, construir un discurso que defienda causas sociales y encabece las exigencias de los ciudadanos, acercarse y apoyar a sus militantes y tomar muy en cuenta su opinión para lograr candidaturas competitivas. El reconocimiento de los liderazgos locales es fundamental, así como la participación de los lugareños en este proceso. No se confundan, no se equivoquen: la fuerza del voto está en las localidades, en las colonias populares, en las cañadas, en la sierra, los valles y en los acahuales. En la ciudad de México sólo los cronistas del acontecer político.
La alianza de los partidos de oposición y los empresarios les dará fuerza y mayores posibilidades en la contienda, pero será insuficiente sin la participación de mujeres y hombres con prestigio ante la comunidad en las candidaturas.
El partido del gobierno no logra sacudirse los vicios de la política mexicana. Hasta ahora, ante la opinión pública muchos de estos los ha escalado y los aplica con gran maestría y, además, con un síndrome más delicado: vive de prestado, no tiene candidatos ganadores. El Verde y el PRI son sus grandes proveedores.
Sin embargo, a los partidos de oposición les debe quedar claro que Morena no es el adversario. Se van a enfrentar con López Obrador y hay que reconocer su eficacia y cercanía con la gente. Su liderazgo es indiscutible: a pesar de la pandemia, la inseguridad, y la parálisis económica del país su aceptación es del 60%.
Los partidos deberían estar concientes del desafío que enfrentarán y de que es una contienda muy importante para el país. La realidad exige a sus dirigencias responsabilidad, pulcritud, reorganización y compromiso total. Las casas de los militantes oposicionistas están sitiadas, con antorchas y fuego a su alrededor, gritos agitados para demolerlas. El deber máximo de las dirigencias es cuidarlas, protegerlas y no buscar salidas y falsos salvamentos políticos.
Hay dos Méxicos en disputa: los que apoyan a López obrador y sus adversarios. Dos proyectos distintos de país. Los frentes de batalla están formados y listos para el combate.