En México, el ejercicio de la democracia no ha sido fácil ni sencillo; es un largo proceso. A pesar de nuestros avances tenemos un fuerte déficit en cultura democrática y respeto al Estado de Derecho. Después de los resultados del proceso electoral pasado, el cambio y reacomodo de las fuerzas políticas ha resultado complicado, aun pacífico. La catarsis y el desprendimiento de viejas costumbres y arraigados vicios se presentan con sobresaltos y amenazas de conflicto. El cambio de régimen lo hace más complicado y difícil. El país está dividido y polarizado.

La denuncia pública al pasado es consistente y permanente. El periodo de gobierno de los llamados neoliberales está sometido a una crítica acerba, exhibiendo ante la opinión pública corrupción, impunidad, privatizaciones y despojo del patrimonio nacional. Desde su púlpito sacrosanto de las «mañaneras» el presidente Andrés Manuel López Obrador reparte indulgencias, arremete y condena a los supuestos pecadores. Los expresidentes, sentados en el banquillo de los acusados para ser juzgados y proscritos en México. Emilio Lozoya Austin, el caballo de Troya.

La vorágine política ha rebasado a los partidos. En realidad hace tiempo que han estado al margen del debate nacional y dejado de ser oposición y contrapeso al gobierno. En cierta medida les invaden sentimiento de culpa y no se reponen de la debacle que sufrieron en el pasado proceso electoral. Además, y esto es muy preocupante, han descuidado el trabajo político y su

responsabilidad primigenia de apoyar a sus militantes.

Las diversas reformas electorales, producto de las inconformidades políticas y sociales postelectorales, les otorgaron el monopolio del registro de las candidaturas. La figura de los candidatos independientes es una entelequia: se les exigen tantos requisitos y se les ponen tantos obstáculos que, en la práctica, resultan inexistentes.

Los partidos se convirtieron en una franquicia con generosos recursos públicos que los han hecho un atractivo financiero, un nicho de mercado rentable y un lugar socorrido por los negociantes y cazadores de fortuna. La lucha por los principios ha pasado a ser un referente olvidado. La magia del dinero ha embrujado a las conciencias y el espejismo numismático ha atraído con frecuencia a gente sin convicción, representación, arraigo ni compromiso social.

Este modelo está agotado. Los partidos deben transformarse, sacudirse lo viejo, lo que no funciona y darle la bienvenida a lo nuevo. Cancelar su espasmo, procesar su derrota, abrirse al debate nacional, defender sus principios doctrinarios, así como acompañar y apoyar a sus militantes.

En este contexto vale la pena comentar las actuaciones de los dos grandes partidos históricos mexicanos: el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN). Las dos grandes corrientes políticas del país, genéticas distintas y comportamientos y proceder diferentes, dos formas de reaccionar ante el poder, sigilo y paciencia por una parte y oposición y lucha por la otra. Acción Nacional surge como oposición, está entrenada en este ejercicio, en la defensa de sus ideas y en contra de lo ajeno a sus convicciones. Hoy por hoy, en lo referente a los partidos, es una oposición real al actual gobierno y además, sin darse cuenta, el presidente ayuda a su fortalecimiento al ubicarlo como importante fuente de oposición, que seguro le vendrá bien, en el proceso

electoral de 2021. Ante el silencio de los demás, las oposiciones al gobierno, que son muchas y se están sumando cada día más, encontrarán en el blanquiazul su posible expresión electoral en contra del presidente y de su gobierno.

El PRI. Su ADN es otro, su origen es el poder, ha corrido mucha agua bajo su puente, ha rejuvenecido y envejecido en el ejercicio del poder, ha cambiado de piel según los tiempos y las circunstancias. Sobrevivió a la transición y a la alternancia del poder político en México, está formado en la disciplina y el respeto al poder, aliado de las circunstancias. Su actual dirigencia mantiene sana cercanía y precavida relación con el gobierno. Además, el presidente no tiene agravios con su dirigente, quien ha sido cuidadoso, reconociendo su silencio apoyador. Sus baterías las tiene dirigidas al viejo priismo que por mucho tiempo manejó al partido, pero que ahora está excluido. Sin embargo, esta aparente conveniencia civilizada le reduce su espacio de maniobra política y puede tener un alto costo para el PRI en el proceso de 2021.

Estamos, pues, ante la perspectiva de cambios importantes en la forma y en el modo de hacer política. En la próxima reforma electoral será muy importante establecer la popularización de las candidaturas, así como simplificarlas y hacerlas viables para que todo mundo pueda tener oportunidad de registrarse. Esta práctica fortalecerá la democracia y pondrá competencia a los partidos, en

beneficio de la estabilidad política del país.

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