Es probable que desde su óptica totalitaria y soberbia —El Estodo soy yo— el presidente López Obrador no advirtiese el desastre de su necedad por imponer a ultranza a su incondicional Yasmín Esquivel como presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Él lo dijo con todas sus letras “siempre ha apoyado nuestras ‘incursiones’ en el poder judicial”. Como si ser una domesticada ministra y esposa de su constructor de cabecera, el señor Rioboo, fueran méritos suficientes para encabezar el máximo órgano impartidor de justicia en el país. Permítanme la insistencia: además de sus intereses sospechados, pero no confesados, el presidente López Obrador vio en su comadre la oportunidad irrepetible de hacerse del tercer poder que le faltaba, una vez mandamás del Ejecutivo y el Legislativo: el Judicial. Al que tantas veces vilipendió de corrupto y de ineficiente.
Por ello, desde Palacio Nacional se ignoraron una y otra vez las pruebas abrumadoras sobre la inmoralidad de la ministra Esquivel a partir del plagio de su tesis de licenciatura. Y más aún, de la escandalosa cadena de mentiras subsecuentes que intentaron ser ocultadas hasta por la intervención rastrera, vergonzante y metiche de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, a través de su empleada, la impresentable procuradora Godoy, para desmentir con argumentos ridículos las trapacerías de Yasmín.
Por supuesto que la revelación del plagio por Guillermo Sheridan en Latinus de Loret, ha sido fundamental para ganar esta batalla contra la corrupción, la impunidad y la arrogancia de la 4T. Pero la guerra no ha terminado. Ya el propio AMLO ha reconocido “generosamente” que acepta el resultado de la votación en la Corte, a pesar de que la elegida siempre ha estado en contra de sus iniciativas. ¿Es aclaración, advertencia o amenaza?
A ver: la elección de la ministra Norma Lucía Piña Hernández como la primera Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en sus 200 años de existencia, es sin duda una muy buena noticia en un país en que estamos tan urgidos de ellas. Más allá del enorme significado histórico, se trata de una mujer con un sólido prestigio forjado en la academia desde su licenciatura —esa sí probadísima— en nuestra UNAM y luego en maestrías en México y el extranjero, así como conferencias, publicaciones y una trayectoria jurídica, si bien discreta en lo mediático, con una solidez incuestionable intelectual y ética. Pero no será suficiente.
A ver: la nueva presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación estará bajo fuego. Como lo están ya: el Instituto Nacional Electoral, INE; el Instituto Nacional de Transparencia, INAI; el Tribunal Electoral, TRIFE, y todas aquellas instituciones y organismos que ya no están sujetos a las perrunas correas del poder que controla el presidente a su antojo. Así que no bastan las declaraciones y muestras de apoyo de partidos —aunque los morenos callen como momias— y organizaciones civiles y empresariales que se han manifestado congratulándose por la llegada de doña Norma Lucía al frente de la Corte. Habrá que arroparla y fortalecerla todos los días. Porque a dos cuadras, hay un hombre de rencores profundos y cada vez más furioso por esta derrota política. Así que esta guerra apenas comienza.