Aquí entre nos, alguien cercano a él me dijo que estaba furioso conmigo por mi artículo titulado así en su primera frase, cuando todavía como presidente electo anunció por ahí de octubre del 2018 que cancelaría la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en Texcoco. Uno de los llamados “Hubs” de la navegación aérea, que aprovechase la privilegiada ubicación geoestratégica de la capital mexicana que mira hacia el gigantesco mercado potencial de nuestros socios del norte, Estados Unidos y Canadá, lo mismo que al sur, Centro y Sudamérica, que al este, Caribe y Europa vía el Atlántico, igual que a los gigantes asiáticos a través del Océano Pacífico.

Parecía un sueño alcanzable, sobre todo porque se llevaba ya un 30% de avance de la obra, diseñada por el celebérrimo arquitecto Norman Foster, el hombre que acumulaba una experiencia única y extraordinaria con el diseño de aeropuertos tan importantes a nivel global como Beijing en China —el más grande del mundo—; Essex en Inglaterra; el Queen Alia en Amán, Jordania; el Chek Lap Kok, clave para Hong Kong o el de Kuwait en Medio Oriente.

Todo lo tiró al bote de la basura Andrés Manuel López Obrador. Argumentó entonces que había grandes casos de corrupción en la obra y que el aeropuerto se hundiría inexorablemente. Hasta ahora su gobierno no ha presentado una sola denuncia ni ha habido un solo centímetro por hundimiento en esos terrenos. Lo que hoy tenemos claro es que se trató de una decisión política: AMLO se negó a inaugurar una obra concebida durante el gobierno de Peña Nieto, inscrito en sus odiados y multimencionados gobiernos neoliberales. El costo ha sido altísimo: la cancelación del NAIM en Texcoco implicó 300 mil millones de pesos que los mexicanos seguiremos pagando en bonos y pagarés hasta el año 2047.

A la destrucción de ese proyecto, el gobierno lopezobradorista respondió con la construcción, por más de 150 mil millones de pesos, de un “aeropuerto austero y funcional” bautizado con el nombre de un artillero de Villa en la Revolución: Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, AIFA, montado en la base aérea militar de Santa Lucía a 50 kilómetros de la Ciudad de México, pero sin vialidades de acceso. Eso sí, una obra —como casi todas las de este gobierno— encargada, diseñada y operada por el Ejército; hecha a la carrera y sin planeación operacional y urbanística alguna.

No se requieren más adjetivos para describir el mayor fracaso en obra pública del gobierno lopezobradorista que lo ha de perseguir históricamente. Los números son más que suficientes: el NAIM de Texcoco tendría una capacidad hoy para 1,400 operaciones diarias —en sus primeras siete pistas— superando con creces las 800 del actual y saturado AICM. Mientras que en el AIFA —ya apodado el Chaifa— apenas hay ocho operaciones diarias, por más que sus números sean inflados artificialmente. Porque el gobierno ha hecho todo para que su elefante blanco camine: extorsionar a las líneas aéreas; traer vuelos inútiles como el de Caracas; amenazar con que las líneas extranjeras operen vuelos nacionales y ahora el anuncio de una nueva aerolínea operada, por supuesto, por el Ejército. Yo digo que si quieren revivir el muerto que es el AIFA, debieran atenerse a sus dos únicos éxitos: funciones de lucha libre, acompañadas de unas sabrosas tlayudas.

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, Qatar 2022 y muchas opciones más.

Periodista
ddn_rocha@hotmail.com