Ya solo eso nos falta. Y no es una fantasía enfermiza. Ni un delirium tremens. Porque ante todas las evidencias y consideraciones que el gobierno de la 4T ha tenido hacia el crimen organizado, pero especialmente hacia el Cártel de Sinaloa, ya no es un sueño de opio el imaginar al hijo del Chapo al frente del gobierno ya de manera oficial. Añádase a esta hipótesis el trato ultra preferente a las fuerzas armadas para suponer una mesa de negociación en la que estén de un lado Ovidio Guzmán, su mami y los chapitos, enfrente los secretarios de la Defensa y Marina y al centro el presidente, y tal vez el señor Augusto como convidados de piedra, testimoniando el reparto de territorios y el botín de las riquezas de este país.

Yo me atrevo a afirmar que muchos mexicanos hemos recreado un escenario similar. Porque en el imaginario colectivo, todos estamos conscientes del poder gigantesco que tienen ahora esas dos estructuras que en un principio debieran estar confrontadas, pero que ahora parecen concertadas: crimen organizado y ejército.

Por si hubiera alguna duda, hay dos eventos recientes que refuerzan la hipótesis: el cuarto viaje del presidente López Obrador en Badiraguato, Sinaloa, un pueblo de no más de 26 mil habitantes, pero que es cuna y hogar no solo de Ovidio y familia sino de otros capos celebérrimos como Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carillo, “Don Neto”. Es ahí donde el presidente plasmó una de las imágenes que marcarán su gobierno, cuando con el pretexto de supervisar una carretera “se encontró” con doña Consuelo Loera, madre de “El Chapo”, quien estaba muy agradecida por la liberación de su nieto Ovidio en aquel “culiacanazo” de octubre de 2019: “No te bajes, no te bajes, ya recibí tu carta”, le dijo al acercarse muy solícito a la ventanilla de la risueña mujer.

Y ese, pese a su significación, no es un hecho aislado. Se inscribe en la estrategia presidencial de “abrazos y no balazos” y en su convicción de que hay que cuidar la integridad física de los narcotraficantes porque, al igual que soldados, policías y civiles, “también son seres humanos”. Por ello llama la atención el más reciente capítulo de esta connivencia —y convivencia— del gobierno con el crimen organizado: y es que Manuel Espino, el poliédrico expresidente del PAN, quien ya ocupó un cargo en tareas de seguridad en la 4T, estuvo este 26 de octubre en Palacio Nacional en una reunión con el Presidente López Obrador de la que salió muy contento; luego revelaría que desde abril al propio AMLO y en julio al señor Adán, les habría planteado la conveniencia de un pacto de paz con el crimen organizado; para que no quedaran dudas, hace apenas unos días, en un foro en el Senado, el señor Espino presumió que ya tenía una respuesta positiva de dos grandes capos para instalar en México una “pax narca”.

Por lo pronto, el gobierno nos debe respuestas a dos preguntas: ¿por qué autorizó al señor Espino a negociar la capitulación del Estado ante el crimen organizado? Y ¿A qué va tanto el presidente a Badiraguato —“tierra de gente buena y trabajadora”— él, que ha estigmatizado hasta a los habitantes de la Colonia del Valle?

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Periodista
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