Francamente tenía mis dudas, pero sí, aparece en el Real Diccionario, como mexicanismo y como sinónimo de “entrometido”, que significa: “meterse uno donde no le llaman, inmiscuirse en lo que no le toca”.
Así andamos en nuestra imagen ante el resto del mundo. Como un país oportunista, mañoso y mentiroso que solo se involucra cuando le conviene a un presidente que asegura que la mejor política exterior es la interior. Y que con esa doble moral ha sido sordo a los cantos por la libertad en las recientes manifestaciones en Cuba y en las prisiones de cantautores incómodos y muy diferentes a quienes presenta en el Zócalo. Igual ha sido ciego ante la brutal represión que ha ejercido Daniel Ortega en Nicaragua, que encarcela a sus opositores y hasta obispos para perpetuarse en el poder y por el que nuestro gobierno ha dado la cara a nivel continental.
Hay que decirlo con todas sus letras: la de Andrés Manuel López Obrador es la peor diplomacia mexicana de todos los tiempos. Sobre todo, si se le compara con décadas anteriores cuando fuimos ejemplo para el mundo con grandes secretarios de Relaciones Exteriores y pacifistas de la talla del Nobel, don Alfonso García Robles, frente a los que empequeñece –pese a su estatura– nuestro actual canciller Marcelo Ebrard, quien un día sí y otro también se inclina para complacer las ocurrencias de su titiritero con la esperanza de que lo unja como su sucesor en el 2024.
Los ejemplos recientes son más que lamentables y exhiben la contradicción patológica en que vive el presidente. En el caso de la expresidenta y todavía vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, investigada, juzgada y condenada a prisión, López Obrador declaró. “No conozco a detalle el proceso jurídico contra Cristina –confianzudo– pero es evidente que está metida ahí la derecha, el conservadurismo, porque es la forma de desacreditar… se lo hicieron a Lula en Brasil, porque así son”.
Aquí la pregunta es si la 4T cuenta con un aparato de espionaje o al menos un equipo de analistas que monitorea permanentemente lo que ocurre en esta América Latina nuestra de todos los días o si se trata simplemente de una reacción del hígado presidencial.
Aunque el caso más reciente es un sainete vergonzante. A ver: baste decir que el entonces presidente de Perú, Pedro Castillo, ganó legamente por menos de un punto; pero en lugar de legitimarse como un presidente demócrata, gobernó solo para sus seguidores ¿les suena?; además, en menos de dos años enfrentó tres denuncias graves por corrupción e impuso récord Guinness de todos los tiempos cuando cambió a más de setenta ministros de su gabinete en una administración francamente loca y disparatada. Aun así, López Obrador repitió su discurso contradictorio: “Es un principio fundamental de nuestra política exterior la no intervención y la autodeterminación de los pueblos… sin embargo, consideramos lamentable que por intereses de las élites económicas y políticas, desde el comienzo de la presidencia legítima de Pedro Castillo, se haya mantenido un ambiente de confrontación y hostilidad en su contra…” Y por supuesto que AMLO está dispuesto a recibirlo en asilo, como ya hizo con Evo y como haría con todos sus cuates populistas de la región.
Por cierto, ¿casual o causal? La acelerada visita de Chris Dodd, asesor de Biden para las Américas. ¿Vino a preguntar o a advertir?