Para Julio “Astillero” Hernández López
con mi cuatitud de siempre

Sea cual fuere el resultado de las dos pandemias —la del coronavirus y la económica— el saldo será devastador: un país no solo dividido y confrontado, sino desgarrado e irreconciliable: amloístas contra antiamloístas. Así, sin medias tintas. Porque se rompieron todas las reglas de agresiones mutuas y el diálogo es ya imposible.

Un huevo de la serpiente que se vino gestando desde el pecado original de la cancelación del aeropuerto de Texcoco, pasando por el cierre de estancias infantiles, de refugios para mujeres violentadas, la polémica amarga por los feminicidios y ahora la distancia creciente e irreconciliable por las posiciones extremas generadas por la expansión geométrica del Covid 19: de un lado quienes defienden rabiosamente cada gesto y dicho del presidente como si se tratase de una divinidad en la tierra; del otro, quienes se exasperan por una soberbia negligente que va en sentido contrario al resto del mundo.

Dos visiones antagónicas que se manifiestan con una rabia inédita. Al menos yo, jamás había visto que un sector de los mexicanos se refiera así a su presidente, tan despectivamente. Tampoco había presenciado ataques tan viles a todos quienes se atreven a cuestionar o criticar el estilo personal de gobernar de Andrés Manuel López Obrador, sobre todo en esta crisis de liderazgo desde que surgió la amenaza del coronavirus.

A este escenario de incendio social se ha añadido la leña de un fuego creciente: la ruptura definitiva del gobierno con el sector empresarial del país. Que junto con los medios de comunicación fue demonizado por la 4T y que ahora se reaviva por el cierre de la cervecera Constellation en Mexicali y el menosprecio a cualquier intento de apoyo fiscal por la parálisis obligada.

Lo primero, porque en el ejercicio del divino don de la inoportunidad, AMLO —y solo él— decide la cancelación de una planta que, al igual que Texcoco, pertenece al odiado pasado. Ello, en un contexto de terror por el futuro económico inmediato, donde —como en las novelas de Poe— todo es suelo yermo y cielos oscuros. “Por encima de la ley, nada”, dijo él en su momento; ahora podría agregar: “excepto una consulta popular”, como la de Mexicali, organizada por él mismo, con el 4 % del padrón y en plena emergencia domiciliaria. Al diablo con las inversiones.

A ver: nuestro presidente se sabe único y no quiere parecerse a nadie: si los otros jefes de Estado han enviado muy serios mensajes a sus naciones, él no ha pronunciado ninguno, fuera de sus ocurrencias de las mañaneras. Si todos los gobiernos del planeta están ofreciendo opciones para la reactivación económica, él se va al extremo y asegura que no volveremos a los tiempos del Fobaproa y las condonaciones de impuestos a los grandes corporativos, como si en medio no hubiesen miles de micros, pequeñas y medianas empresas —que por cierto generan siete de cada diez empleos en este país— sin apoyo alguno de un gobierno ideologizado, más no informado. Y que por ello se vio rebasado por la acción colectiva que vació las calles y oficinas para esconderse del virus y de la podredumbre de fuera.

Esto no es ninguna crítica, es un dato: López Obrador nos lo ha hecho sentir cada día: gobierna para favorecer a sus seguidores y para vengarse de sus enemigos. Aunque él haya construido a unos y a otros. Por eso a él y sólo a él correspondería la tarea de la reconciliación nacional. Si todavía fuera posible.


Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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