Ya llegó. Ya está aquí. Se ha venido gestando en paralelo a las otras dos, la sanitaria y la económica; pero esta crece todavía más rápidamente. Y pronto, muy pronto, rebasará a las otras. Como un tsunami mortífero, dejará dolor y destrucción a su paso.

Otra vez dirán que exagero. Pero baste apuntar la angustia de dos millones de desempleados y contando. Y el giro brutal en las vidas de doce o trece millones de mexicanos que pasarán inexorablemente de la clase media a la pobreza y los tres o cuatro millones que descenderán hasta la pobreza extrema. Al shock del encierro, con todas sus consecuencias emocionales, habrá que sumar el impacto de la indefensión y la orfandad fuera de las casas, a pesar de las tablas de la Ley de Dios que proclamó el creador de esta nueva realidad: salir a la calle, ¿para qué?; actuar con optimismo, ¿cuál?; compartir con los otros, ¿qué?; alejarnos de lujos y frivolidades, ¿como ustedes?; gozar del cielo, el sol, el aire puro, ¿en un Palacio?; comamos maíz, frijol, frutas y pescado, ¿cómo en el #AMLOMienteNoHayComida?; hagamos ejercicio, ¿antes o después de limpiar la mierda de pollos y gallinas en el departamento sin corral?

Un decálogo que es la herencia en vida del presidente López Obrador: “ya pasó lo más difícil, lo más riesgoso; ánimo, vamos saliendo; ya sabemos cómo cuidarnos, recobremos nuestra libertad”. En pocas palabras, ahí se ven.

Hace unas semanas escribí y me cayeron a palos los amlovers: “Este gobierno reinventa la realidad. El coronavirus no existió, hasta que el Presidente quiso. Ahora desaparecerá porque el Presidente quiere. Cuando se escriba lo que ya nos pasó, nos pasa y nos seguirá pasando, será la crónica del pensamiento mágico religioso, aliado con la soberbia; la estampita protectora que aleja al demonio, la sonrisa burlona del exhorto a salir a los restaurantes, a las fondas, a abrazarse; y al cabo, la descalificación a la ciencia necia y jodona: “pues si no es la peste”. Lo dicho: el gobierno de la 4T decreta que su pandemia y sus muertos han terminado. Los que vengan ya no le corresponden. Porque siempre tendrá otros datos”.

Se veía venir. Porque desde el primer instante se optó por un manejo político-mediático y no por una operación científico-técnica. A las cosas por su nombre: López Gatell prohibió que los laboratorios hicieran pruebas para que no se supiera que la epidemia era muy grave: desechó también, contra el criterio mundial, el uso de cubrebocas —en un crimen de la abyección— por la sola razón de que a su jefe no se le dio la gana usarlo; “imagínense lo que va a decir la gente si me ve con cubrebocas”, se quejó López Obrador, como si fuéramos una partida de imbéciles apanicables.

Así que durante todo este tiempo, hemos soportado una tormenta de frases y cifras absurdas y contradictorias, que nos han llevado al paroxismo implícito y explícito: los reclamos inéditos de los pobres de Veracruz y el rostro hierático de él en la Suburban blindada; las caravanas motorizadas tan menospreciadas por el poder; el enfrentamiento un día sí y el otro también con los gobernadores, los empresarios, los medios, los intelectuales y hasta el INE y el TRIFE, al fin que el 2021 ya empezó; el silencio cómplice de un gabinete y una mayoría legislativa servil, con los primeros e irritantes casos de corrupción, tan criticada hacia fuera y tan creciente hacia dentro. Una rabia feroz. Que puede ser histórica.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS