Nunca en la historia un presidente había atacado tan ferozmente a los miembros de otro poder, sobre todo al judicial. Andrés Manuel López Obrador está colérico. En su mañanera de ayer despotricó frases terribles, desproporcionadas, injustas e inaceptablemente insultantes contra los nueve ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que votaron en contra de su aberrante Plan B, con dardos especialmente envenenados contra la ministra Norma Piña: “el poder judicial está podrido”; “actúa de manera facciosa”; “ya forman parte del poder conservador”; “están dedicados a obstaculizar la transformación del país para sostener al viejo régimen”; “están al servicio de una minoría rapaz, que se dedicó a saquear al país y quiere regresar por sus fueros ahora con el apoyo del poder judicial, que no está comprometido con la justicia”; “en él todo es influyentismo y dinero”.
A ver: además de agravios y descalificaciones esta última acusación es muy grave; López Obrador está estigmatizando a los ministros como corruptos con la aviesa intención de manchar sus reputaciones. Porqué si tiene pruebas no las presenta y se deja de ofensas virulentas. No le vaya a pasar lo que en Texcoco o las nueve mil estancias infantiles cerradas por presunta corrupción, aunque jamás ha presentado denuncia alguna.
Hay algo todavía más terrible en la reacción furibunda del Presidente. Siempre he dicho que las palabras no matan, pero trazan un escenario violento para quienes van dirigidas. Eso ha ocurrido con los periodistas, a quienes los criminales consideran un mérito matarlos impunemente, luego de que AMLO los ametralla un día sí y otro también con la verborrea cotidiana desde el púlpito-fortaleza de su mañanera. Igual ahora pone en alto riesgo a los ministros y particularmente a la presidenta Norma Piña, a la que sus trogloditas injurian y amenazan todos los días.
Otro aspecto brutalmente contradictorio es que el presidente califique a la Corte de autoritaria e injerencista por no respetar las decisiones de los otros poderes, en este caso el legislativo, de mayoría morenista, cuando ha sido él quien ha mangoneado a su antojo a Diputados y Senadores para que no le cambien ni una sola coma a sus iniciativas. ¿No es esto autoritarismo e injerencismo?
A propósito, recuerdo que le hice la última entrevista que concedió como candidato, diez días antes de su elección definitiva como presidente a bordo de su camioneta en el camino de Tlaxcala a Veracruz: -Andrés, es un hecho que ganarás la Presidencia de la República, pero además es muy probable que tú y tu partido ganen también el Congreso; entonces vas a tener una enorme tentación autoritaria, porque (no me dejó terminar) –“No, no, no, no, no… el poder es humildad; el poder solo tiene sentido y se convierte en virtud, cuando se pone al servicio de los demás… no me interesa la parafernalia del poder… no me interesa el autoritarismo; no lucho por construir una dictadura… lucho para que haya una auténtica democracia en el país y que podamos llevar a cabo una utopía, un sueño”.
¿Lo reconoce usted? ¿Se reconocerá a él mismo?
Por lo pronto, el presidente López Obrador y sus huestes recibieron una gran lección de la Suprema Corte: “La ley sí es la ley”.