Siempre he dicho que la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de Texcoco ha sido el pecado original del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y que su culpabilidad lo perseguirá toda la vida. Porque jamás en la historia de este país, ningún gobierno ha tomado una decisión tan absurda, tan gástrica, tan irreflexiva y tan estúpida.

A ver: con ese cierre cancelamos la oportunidad única e irrepetible de un hub de clase mundial hasta con siete pistas, que aprovechase nuestra ubicación privilegiada mirando al norte al hipermercado de Estados Unidos y Canadá; al este Europa a través del Atlántico y al oeste, todo oriente vía el Pacífico; la cancelación fue decidida por un oculista de Tampico y una vendedora de zapatos de Tapachula en una consulta tan falsa como vergonzosa; se tiró a la basura el proyecto del arquitecto Foster de fama mundial, para encargarle un aeropuertito al teniente González; se pretextó corrupción pero nunca se encarceló ni siquiera se acusó a nadie; Texcoco debía haber iniciado operaciones hace seis meses con las primeras tres pistas, mientras que Santa Lucía no tiene pa’cuándo; las imágenes del desmantelamiento de la obra que tenía ya un tercio de avance dieron la vuelta al mundo, nos mostraron como un país incapaz de grandes proyectos y comenzó el síndrome de la desconfianza y el éxodo de las inversiones. El daño es todavía incalculable.

Lo que sí pareció traducirse a números fue el costo en billetes de la cancelación. Así que hace unas semanas, la Auditoría Superior de la Federación lo estimó en 331 mil millones de pesos. Una cifra que desató la furia del habitante del Palacio y la presión hacia la ASF que reculó para una rebajita a solo 113 mil millones. Apenas antier, en estas mismas páginas, el prestigiosísimo financiero que es Carlos Urzúa —quien renunció a Hacienda por no estar de acuerdo con las mentiras de la 4T— nos explicó que en el cálculo de la cancelación debe considerarse el pago de los bonos aún vigentes. Por lo que el costo se elevaría a por lo menos 200 mil millones de pesos. Aunque el propio Urzúa da por buena la cifra inicial de 331 mil millones de la ASF.

Pero aun suponiendo, sin conceder, que el monto sea de “solo 113 mil millones de pesos”, es gigantesco para un país como el nuestro: equivale a 113 grandes centros de salud de mil millones de pesos; a 55 universidades de dos mil millones cada una; a 113 mil créditos de un millón de pesos cada uno, para haber rescatado a otras tantas pequeñas y medianas empresas golpeadas brutalmente por la pandemia, provocando la pérdida de al menos dos millones de empleos…

Seamos claros, Texcoco se canceló por un capricho del presidente López Obrador porque se trataba de una obra iniciada por Peña Nieto. Igual un capricho con múltiples pecados fue la Línea 12 del Metro, porque el entonces Jefe de Gobierno y ahora Canciller morenista Marcelo Ebrard, la realizó a tontas y a locas y con prisas criminales con tal de inaugurarla él mismo. Un pecado imperdonable. Como el de la indiferencia ofensiva del presidente ante la tragedia de muertos y deudos de Tláhuac. Como el pecado de la actual Jefa Sheinbaum que se investiga a sí misma, contratando y pagando a los auditores extranjeros. Y escondiendo a la invisible Florencia Serranía, aquella a la que cuando le reclamaron la asesina falta de mantenimiento respondió “yo solo soy la directora del Metro”. Pecados todos, que no deben quedar sin castigo.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com