La violencia no es solo el fusilamiento infame en San José de Gracia, ni la barbarie del futbol en Querétaro.

A ver, llamemos a las cosas por su nombre: la cancelación de nueve mil estancias infantiles fue un acto brutalmente violento contra decenas de miles de niños y sobre todo madres —muchas de ellas solteras— a las que se les cambió la vida por un capricho político. La frase hecha de que “fue un duro golpe” a las familias tiene una connotación inevitable: los golpes son violentos.

Y qué decir de los ganchos al hígado de un millón y medio de niños que dejarán de comer, de un total de tres millones 600 mil afectados, por reducción de clases dado el cierre del programa Escuelas de Tiempo Completo. Anunciado por una balbuceante secretaria de Educación, que dijo que este gobierno —el mismo del aeropuerto, el tren y la refinería costosísimos— tuvo que escoger entre pintura para las escuelas o alimentos para los niños.

Momento: ¿se imaginan tres mil pequeños ataúdes blancos en el Zócalo? En cualquier país civilizado de este planeta matar a tres mil niños sería un crimen de lesa humanidad. En el gobierno de la 4T hay ese número de pérdidas de futuro, con el dolor inmenso de padres y hermanos, porque su gobierno ha sido negligentemente criminal para dotarlos de medicamentos oncológicos.

A ver, este es el gobierno que en todo el planeta peor trata a las mujeres: en lo que llevamos del sexenio han “desaparecido” 24 mil; también en este lapso, nueve mil han sido asesinadas, dos mil de ellas tipificadas como feminicidios, es decir, niñas, jóvenes y mayores asesinadas por el simple hecho de ser mujeres; en este país se cometen 24 crímenes y 10 feminicidios cada día.

Por eso, la rabia de millones de mujeres se ha venido incendiando cada día, atizada desde el púlpito presidencial. Como cuando aquel 8 de marzo, en el inicio de la pandemia, decenas de miles salieron a las calles en justísima protesta contra la violencia criminal hacia ellas. Todo para que López Obrador expresara: “Ah sí, me dijeron que hubo una marcha, ¿verdad?”. El menosprecio total. Cuando las palabras se convierten en un filo que corta y lastima. Lo mismo que cuando están ausentes. O alguien ha escuchado o visto alguna vez al presidente con un gesto o palabras de conmiseración e indignación condolerse sinceramente por los horrendos crímenes contra mujeres, o por los niños sin estancias, o por los niños hambrientos, o por la angustia de las madres que ya no podrán trabajar porque no hay dónde dejarlos. Jamás.

Por el contrario, este gobierno ha tratado los temas de las mujeres como asuntos de oficialía de partes. Una prueba más la dio en estos días. El ventrílocuo que es el presidente y sus muñecos del gobierno de la Ciudad de México con la misma cantaleta de cada año: “Les pedimos que en las marchas no haya violencia; pero al mismo tiempo invocándola con provocaciones tan injustas como cuando AMLO asegura: “Sabemos que van a traer marros, picos y bombas”. Para luego desacreditar la autenticidad de las demandas feministas: “Porque sostengo que hay quienes utilizan estos movimientos, estas causas de la defensa de las mujeres con propósitos políticos para defender sus intereses”.

Solo tres preguntas: ¿Por qué no ha desenmascarado a los complotistas? ¿Por qué en un gobierno supuestamente humanista, solo se preocupa por proteger su Palacio Nacional y nunca a las mujeres? Y ¿quién es el violento?

Periodista.
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