Ha sido una debacle política brutal para el presidente López Obrador. En tan solo dos semanas pasó de preocupado a ocupado, de inquieto a hiperactivo y de neurasténico a colérico: la reforma que habría de cambiar el rumbo del país, no tenía ni la respuesta ni los votos necesarios para incluirse en la Constitución. El debate fue sobre si la propuesta eléctrica era la panacea de la nación, “solo porque él lo estableció”, frente al riesgo que significaba el monopolio de la CFE que con el señor Bartlett al frente solo ha perdido decenas de miles de millones de pesos y nos daría energías tan sucias como las del Rey del Carbón, Armando Guadiana, quien casualmente es senador –con minúscula– por Morena. La polémica es ahora inútil. La votación fue concluyente. Y en todo caso se derivan de ella algunas consecuencias aleccionadoras: con todo y su poderío en el ejecutivo, el legislativo y el judicial, el presidente, su 4T y su partido no detentan el poder absoluto; en cambio, ha crecido la percepción de que la oposición articulada en “Va por México”, PAN, PRI y PRD, puede impedir reformas constitucionales como la amenazante de la Guardia Nacional, para acabar de militarizar al país, que ya está en manos de las Fuerzas Armadas en puertos, aeropuertos y a cargo de la construcción de todas las obras lopezobradoristas. Por el contrario, la jornada del 17 de abril está dejando en el ánimo nacional una percepción odiosa para el actual gobierno: AMLO, su 4T y su Morena, son derrotables en el 2024.
Esto para mí, es la principal lección del Domingo de Resurrección: un Congreso redivivo que nos demuestra y se demuestra a sí mismo que puede tener vida propia, dejar de ser una oficialía de partes que acepta en automático y dice que sí a todas las iniciativas del presidente para aprobarlas sin cambiarles ni una sola coma.
Así que, contra todos los pronósticos, sobre todo en las dudas del PRI, la Coalición “Va por México” ha probado que a pesar de presiones y tentaciones, puede mantenerse unida frente a embates constitucionales como la próxima y antidemocrática propuesta de Ley Electoral que, según ha anticipado el propio presidente, tiene como objetivo fundamental desaparecer al Instituto Nacional Electoral y de paso al Tribunal para imponer árbitros a modo e incondicionales en la elección presidencial del 2024.
Sin embargo, el problema de fondo es precisamente ese, que en este país todo propende a lo electoral. Porque a este gobierno lo único que le interesa es ganar elecciones. Y en sus prioridades no aparece siquiera en lo humano y social, dotar cuanto antes de medicamentos a los niños con cáncer, restablecer las estancias infantiles, los refugios para mujeres violentadas y reducir las cifras escandalosas de feminicidios y desaparecidos. En otras áreas, nada que combata una inflación creciente, ni una sola estrategia para reducir el número de millones de mexicanos que descendieron de clase media a pobreza y de ahí a pobreza extrema.
En cambio, el fastidio de todos los días de fustigar a quienes el presidente califica de enemigos y traidores a la patria, por el simple hecho de que no piensan como él. Una doctrina que sigue con obediencia ciega Morena, que amenaza con poner “tendederos” en plazas públicas con las fotos y los nombres de los diputados que votaron en contra de su reforma eléctrica. O sea, una 4T de lavaderos.