Creo que no todos saben que el nombre completo de su grupo era ese. Y que por eso llamó la atención además de hacer a un lado los atuendos estrafalarios y presentarse con un peto de obrero o campesino, lentes y melena clase trabajadora. Su megaéxito era el relato de un despechado que reclamaba los nuevos lujos de su ex, en una canción multicitada por ya saben quién: “De quén chon”. Aunque recientemente su paisano el presidente López Obrador recurrió a otra de sus creaciones para contestar a la consulta de Estados Unidos y Canadá en materia energética el T-MEC: “Uy, qué miedo, mira cómo estoy temblando”.
Por desgracia, el asunto no se queda en la ocurrencia que quiere ser graciosa. Los dos socios de México en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte lo han tomado como una burla ofensiva a una gestión contemplada en el mismo acuerdo. Lo grave es que el incidente sigue escalando: el Presidente ha calificado una vez más de traidores a la patria a los que, adentro, critican su política energética o simplemente piden que México se atenga a los compromisos asumidos en el Tratado. Un acuerdo trilateral que, por cierto, el mismísimo López Obrador firmó en Washington frente a su amigo Trump y que empujó en el Senado calificando su aprobación como “una muy buena noticia” y como un acto histórico. Un hecho incontrovertible que ha cambiado para bien el desarrollo del país, pero que ahora —en una traición de la memoria— está siendo satanizado por su gobierno de la 4T.
A ver: lo que están haciendo Estados Unidos y Canadá es un procedimiento tan absolutamente admitido y regulado que entre ellos ha habido ya cinco paneles de consulta que no han requerido arbitraje legal alguno. Se hacen las correspondientes aclaraciones y punto; sin embargo, López Obrador ha multiplicado al infinito ese requerimiento proclamando que “México es un país independiente, que no es colonia de nadie”, como si los gringos estuvieran listos para bombardearnos y los montados canadienses a punto de cabalgar sobre nuestro territorio. Alardeando sobre sí mismo, asegura que “el Presidente de México no es títere ni pelele de ningún gobierno”.
Así que la reacción es totalmente desproporcionada. Pero no gratuita. Lo que AMLO pretende es lo que más le gusta y lo único que sabe hacer: subir en sus preferencias y traducirlas en votos para las próximas elecciones. Por eso, un simple requerimiento de explicaciones de cómo sus políticas energéticas están afectando a empresas extranjeras productoras de alternativas limpias con tal de apoyar a ultranza a Pemex y CFE, el Presidente lo ha convertido en una brutal injerencia invasiva. Que, por cierto, solo existe en su cabeza. En ese sentido, sigue los pasos de dictadores caribeños y sudamericanos que inventan enemigos externos cuando las cosas se descomponen adentro.
Lo más patético es que todo indica que lo peor está por venir: la crisis. Porque Andrés Manuel ha prometido un pronunciamiento el próximo 16 de septiembre en el Zócalo. Y crece como un cáncer terminal el rumor de que pudiera anunciar nuestra salida del T-MEC. El horror de los horrores, que nos condenaría a aislarnos del mundo, a la miseria y al descrédito como país. Eso sí, con un líder carismático, autoinmolado como un mártir de su pueblo bueno. El mismo que una y otra vez rebasa nuestra capacidad de asombro. Y de indignación.