Ojalá que no. Sería gravísimo a estas alturas. Aunque hay posiciones extremas: los que juran y perjuran que es inevitable; que más temprano que tarde se enfrentarán dos visiones diferentes del mundo y de la frontera común, dos estilos personales de gobernar muy distintos; y hasta dos temperamentos antitéticos, que nomás no se soportan el uno al otro; en la acera de enfrente transitan quienes aseguran que no pasará nada y que solitas las aguas del Río Bravo retomarán su nivel.

Aunque existe un catalizador que no estaba considerado y que podría aumentar la temperatura entre el Palacio Nacional y la Casa Blanca: hablo de Cuba, por supuesto.

Un nuevo contexto que efervesció hace dos semanas con protestas inéditas en La Habana, que no se veían en 50 años y las reacciones más diversas: el presidente Andrés Manuel López Obrador se pronunció por apoyar al gobierno castrista de Miguel Díaz-Canel, quien se apresuró a señalar que todo era una conjura para desestabilizar a su gobierno por parte de la CIA y Washington; por supuesto que el presidente Joe Biden lo desmintió y en cambio saludó la vuelta a la democracia de los cubanos.

En este escenario se inscribe el discurso más importante —alguien diría que el único— del presidente López Obrador en política exterior. Él, tan dado a rehuir los foros internacionales y los temas globales. Un mensaje desde el Castillo de Chapultepec a los Cancilleres latinoamericanos a propósito de un aniversario del nacimiento de Simón Bolívar. Una pieza de oratoria caracterizada por los blancos y negros y hasta las bipolaridades que suelen contenerse en el discurso lopezobradorista.

Se remontó a dos siglos para rescatar un lenguaje casi olvidado y fustigar a “la superpotencia, caracterizada por invasiones para poner o quitar gobernantes a su antojo”. Y fue todavía más allá: “Digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y LOS BLOQUEOS”. Aunque en el mismo discurso matizaría: “sería un grave error ponernos con Sansón a las patadas”…hay que “dialogar con los gobernantes estadounidenses y comunicarles y persuadirlos de que una nueva relación entre los países de América (se refería a todo el continente) es posible”. Pero eso sí, luego propuso de plano desaparecer a la OEA para crear un agrupamiento de países de solo América Latina pero sin Estados Unidos y Canadá; aunque “puede que ayude nuestra experiencia de integración económica, pero con respeto a nuestra soberanía, que hemos puesto en práctica en la concepción y en la aplicación del tratado económico y comercial con Estados Unidos y Canadá”.

Pero el momento crítico fue cuando AMLO se refirió a Cuba: “Podemos estar de acuerdo o no con la revolución cubana y con su gobierno, pero haber resistido 62 años sin sometimiento es toda una hazaña”.

Dos días después, en su mañanera dijo que “el bloqueo que están padeciendo en Cuba es inhumano” y anunció que su gobierno estaría enviando ayer y hoy alimentos y ayuda humanitaria en dos barcos. No hay todavía una respuesta del gobierno de Biden. Pero no me quiero imaginar un incidente entre un guardacostas gringo y un carguero de nuestra marina.

Hay, finalmente, un efecto colateral que no sé si el gobierno ha evaluado: aquello de la luz externa y la oscuridad interna. ¿Por qué nuestro presidente se ha indignado con el “inhumano bloqueo a Cuba”, y jamás se ha conmovido con los feminicidios o la muerte de 1,600 niños por cáncer?

Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com

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