Hoy será para Andrés Manuel López Obrador un día de regocijo. Volverá a colmar el Zócalo de la Ciudad de México, que ha sido su hábitat en los momentos icónicos de su carrera política. Lo consolidó como candidato a la presidencia en aquella congregación multitudinaria cuando el desafuero. Ahí instaló su cuartel general en la toma de Reforma por cuatro meses en 2006 durante el episodio de su denunciado fraude electoral de Calderón. Solo que entonces dormía en una casa de campaña y ahora lo hace en el Palacio Nacional, ahí mismo en su amadísima y entrañable plaza. Aunque hay otra diferencia notable: las convocatorias anteriores fueron de lucha civil y popular; ahora es un llamado desde el poder a una feligresía gobernada por él mismo, grupos morenistas y hasta algunos convocados mediante viejas prácticas priístas como el “acarreo institucional”.

Desde luego que el pretexto formal no es menor: el presidente ha hecho un risueño llamado para dar un informe de mitad de su sexenio y celebrar el tercer aniversario de su 4T en el poder: “será una fiesta cívica y combativa”, ha dicho; así que cabe esperar un mensaje incendiario o al menos un buen espectáculo mediático para los que aplaudan por convicción o por conveniencia y que con toda seguridad rebasarán la cifra mágica de los cien mil para llenar nuestra plaza mayor. Eso es lo que López Obrador tiene previsto: un gran acto masivo para mostrar el músculo de un gobierno que aún siente vigoroso, basado en la adoración de una multitud adoctrinada, incondicional y manipulable.

Una escala fundamental en esta nueva etapa de una interminable campaña que inició hace ya veinte años y que ahora continúa con sus giras por los estados; y su obsesión por una consulta de “ratificación de mandato” que le dé oxígeno para prolongar su potestad hasta el 2030 a través de una candidata ridículamente clonada y de obediencia ciega en el 2024.

Esos son sus planes, aunque en ellos podrían incidir algunas variables. O al menos una pequeñísima y cuasi invisible llamada ómicron, la nueva cepa del coronavirus y que aún está en estudio sobre sus alcances. Sin embargo, otros países parecen haber aprendido la lección y están cerrando sus fronteras; baste decir que apenas antier hubo una reunión de emergencia entre los ministros de Salud de las siete economías más importantes del planeta.

En cambio, México sigue insistiendo en una actitud entre idiota y grotesca en la que el gobierno minimiza las amenazas, por lo que ya hemos sido calificados por universidades e instituciones internacionales de salud, como uno de los países que peor han manejado la pandemia. Como cuando AMLO dijo “pues si no es la peste, salgan, abrácense”; y se negó hasta ahora a usar el cubrebocas. Y su criminal vocero López Gatell aventuró que en un escenario catastrófico llegaríamos a 60 mil muertos y ya tenemos 600 mil, según datos del Inegi, frente a la mentira oficial de 300 mil.

A ver: no se trata de ser alarmista; porque si bien no está probado que el ómicron sea devastador, tampoco se ha establecido que sea inofensivo.

Pese a ello, el presidente López Obrador convoca para hoy a su querencia del Zócalo a una masiva romería para festejarse a sí mismo. Su argumento no es muy científico que digamos: “pa no perder la costumbre”. ¿Ustedes van a ir?

Periodista.
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