Andrés Manuel López Obrador no gobierna para todos los mexicanos. De los 125 millones que somos, lo hace solo para los 30 millones que votaron por él. Su mensaje de ayer lo reitera una y otra vez: por el bien de todos, primero los pobres; para ellos, para los adultos mayores, para los ninis, para los marginados, los ríos de 115 mil millones de pesos de dinero público. Ni una gota de crédito para los 250 mil micro, pequeños y medianos negocios que están tronando por la pandemia. “Pues que cierren”, dijo alguna vez. Confirmando que la palabra “empresario” está maldita en este gobierno, aunque se trate de una lonchería, una papelería o una vulcanizadora. Tampoco el mínimo aliento para quienes cometieron el pecado de esforzarse para ascender de la miseria a la gloria de la clase media y que ahora en más de diez millones han de caer brutalmente a los infiernos de la pobreza y hasta la pobreza extrema, sumándose a la Corte de los Milagros de ocho millones de desempleados. Al cabo que, como también dijo ayer, la fortaleza de un país no está en su riqueza ni en su infraestructura, ni siquiera en sus recursos naturales, sino en su gente.

López Obrador presumió que la austeridad ha permitido ahorros por 560 mil millones. ¿Dónde están? ¿Y dónde están los 300 mil millones del Fondo de Contingencia que heredó de los gobiernos neoliberales? Aunque eso sí, presumió de sus imparables proyectos faraónicos: viento en popa en el aeropuerto de Santa Lucía; se avanza en Dos Bocas; se iniciaron los trabajos del Tren Maya. Aun cuando evitó hablar de esos costos en miles de millones en dólares. Pero sí informó de los eventos que no dependen de esfuerzo alguno de su gobierno, sino del mercado: el tipo de cambio, el precio del petróleo o el incremento en las divisas de nuestros paisanos. También informó de lo que no pasó: no hubo hambrunas, ni saqueos; en cambio, cifras maquilladas como una caída del PIB de solo 10.4% en promedio semestral, pero evitando reconocer el desplome a 18.7 del tercer trimestre y contando.

Donde también hubo actos de prestidigitación fue en materias de combate a la corrupción y seguridad: “…se acabó la robadera de los de arriba, pero todavía falta desterrar el bandidaje oficial” y ni una palabra de Pío, su hermano, y las bolsas de dinero; “ya no hay ni torturas, ni desapariciones, ni masacres”, cuando todavía nos estremecen el corazón el crimen multitudinario de los LeBarón o las matanzas de civiles por parte de soldados que testimonian las redes desde hace unos días.

Y si alguien tenía duda del egocentrismo con ropaje de autoritarismo: “invité al Fiscal General y al presidente de la Suprema Corte y no pudieron asistir; tienen la arrogancia de sentirse libres y eso es ejemplo de la transformación que se vive en el país”.

Lo que faltó: nada de cómo enfrentar la peor crisis desde 1932, según adelantó su secretario de Hacienda; nada de los dos millones de empleos prometidos; nada de la convocatoria a un Gran Pacto Nacional para combatir las tres pandemias, la sanitaria con números crecientes de contagiados y muertos, la económica con escenarios de terror y la social que destruye individuos y familias.

Y hacia el final, la crónica de una campaña anunciada: el 1º de diciembre, el programa para el 2021, “El México del porvenir”; y un solo lema, “en el peor momento, somos el mejor gobierno” Sí, para los suyos, exceptuando a todos los demás.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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