Es imposible conocer con exactitud, y en tiempo real, los casos confirmados de Covid-19. Quien diga lo contrario miente.

Los datos oficiales se construyen con retraso porque la autoridad los conoce una vez que el paciente ha sido diagnosticado, primero porque presentó síntomas y luego porque dio positivo en la prueba de coronavirus.

Una persona que contrae la enfermedad tarda entre 12 y 14 días en exhibir síntomas y, por tanto, no será hasta entonces que se conocerá la fecha aproximada del contagio.

Esta es una paradoja del Covid-19: porque es asintomático durante las dos primeras semanas de incubación, la cifra presente de personas contagiadas sólo puede verificarse en el futuro.

En otras palabras, el futuro es el único método preciso para conocer, en el presente, los números reales de coronavirus y, salvo que algún político demagogo pruebe lo contrario, no contamos todavía con tecnología para viajar en el tiempo.

Por esta razón las cifras oficiales no son humanamente capaces de reflejar la realidad.

¿De qué tamaño es la variación entre los números oficiales y los reales? Sin ser del todo confiables, los datos del comportamiento de la epidemia en China ayudan a dar una idea aproximada.

El miércoles 22 de enero de este año la autoridad de Wuhan reportó 444 casos de coronavirus; pasado el tiempo se tuvo conocimiento de que, en realidad, en esa misma fecha había alrededor de 12 mil casos; es decir una cifra 27 veces superior a la informada por el gobierno de esa localidad china.

El margen de error no es pequeño y por eso se ha vuelto política y mediáticamente redituable reclamar a los gobiernos otra forma más exacta de medir, día a día, el número de casos.

El método mas socorrido es exigir que se realicen pruebas de Covid-19 para separar a los individuos “sanos” de los “contagiados,” así como de las personas que padecen condiciones prexistentes de vulnerabilidad.

Aquí se halla otra de las grandes falsedades de la discusión: no hay nación en el mundo que pueda contar con pruebas suficientes para ponerlas al servicio de su población.

Sirva el caso mexicano como argumento de esta afirmación: dado que vivimos en este país alrededor de 127 millones de personas, necesitaríamos el mismo número de pruebas para descartar o diagnosticar el contagio en tiempo real; ahora bien, con tal de obtener un monitoreo preciso cada persona tendría que aplicarse la prueba diariamente, durante las 12 semanas que tardará en remitir la pandemia.

Esto querría decir que, con el objeto de obtener cifras “verdaderas”, nuestro sistema de salud habría de proveer a la población alrededor de 10 mil 668 millones de pruebas.

Aunque en momentos de crisis sanitaria todos tendemos a la hipocondría, podría intentarse la realización de pruebas un día sí y un día no. En este escenario terciado se requerirían 5 mil 334 millones de pruebas, las cuales tendrían un costo aproximado (precios de mercado) de 18 billones 135 mil 600 millones de pesos.

Ante tal matemática se antoja más eficiente dedicar los recursos del contribuyente a tratar enfermos graves.

¿Qué otro método podría ser utilizado para conocer los números en tiempo real?

En un artículo publicado el pasado 10 de marzo en Medium.com, el ingeniero de la Universidad de Stanford, Tomás Pueyo, ofrece una teoría basada en el sentido común: si el 1% de las personas muere 17 días después de haber contraído el virus, entonces, por cada deceso habrían de contabilizarse 100 individuos infectados.

Por ejemplo, si en el estado de Washington hoy se detectaron 22 muertos, esto querría decir que 17 días atrás hubo alrededor de 2 mil 200 personas contagiadas.

Afortunadamente en México aún no hemos sufrido muertes provocadas por el Covid-19, sobre sujetos que contrajeron el virus dentro de nuestras fronteras. Por tanto, no podemos todavía utilizar tal métrica, pero (por desgracia) dicho método no tardará en ser factible.

ZOOM

Son miserables quienes están haciendo política acusando a la autoridad de mentir con respecto a los números oficiales, o bien exigiendo que se practiquen masivamente las pruebas de Covid-19. Lo primero implica un engaño miserable y lo segundo una vergonzosa canallada.

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