Israel Vallarta Cisneros fue contagiado de coronavirus en el penal de alta seguridad de Puente Grande, Jalisco.
El martes 12 de mayo llamó a su esposa, Mary Sanz, para comunicarle que se encontraba delicado de salud, pero no fue capaz de hablar por sí mismo; otras personas tuvieron que ayudarlo a transmitir el mensaje.
La noticia produjo gran preocupación, ya que desde enero Vallarta venía demandando atención médica por padecer una enfermedad respiratoria crónica.
Las autoridades del centro penitenciario fueron omisas por lo que Vallarta tuvo que acudir al amparo con el objeto de que se reconociera y atendiera su condición médica.
Desde el mismo martes 12 de mayo, la esposa de Israel y su amigo Ricardo Sayavedra exigieron información puntual sobre el estado de salud de Vallarta, pero las autoridades del reclusorio se empeñaron en guardar silencio.
Entonces ambos se trasladaron a Jalisco. Al llegar a Puente Grande encontraron que había otros familiares de los reclusos en situación similar; el rumor de un brote de coronavirus en Puente Grande no hacía más que crecer.
Fue entonces que se organizó una manifestación para exhibir el ocultamiento de la información. No fue hasta que los medios de comunicación tomaron nota de la movilización que la autoridad del centro penitenciario de Puente Grande mostró mejor humanidad.
Ayer domingo, poco después de las 14:00 horas, la esposa de Israel Vallarta recibió una llamada en la que un trabajador social de la prisión le dijo que su marido había sido internado en el Hospital General de Occidente (Zoquipan), ya que la prueba practicada por coronavirus había dado positivo.
Hoy se sabe que en ese mismo sanatorio se hallan hospitalizados varios internos de Puente Grande, algunos en circunstancia mucho más grave que Vallarta.
Con todo, el trabajador social que se comunicó con Mary Sanz asegura que su estado es delicado y para ayudarlo a respirar cuenta con puntas de oxígeno. Representa un problema que Vallarta Cisneros tenga como condición preexistente una enfermedad respiratoria crónica de tipo asmático.
Hace ya tiempo que este hombre debió haber obtenido su libertad. Han trascurrido siete años desde que su expareja, Florence Cassez, fue liberada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), y sin embargo Vallarta continúa en la cárcel –porque es mexicano y porque no contó con los recursos del gobierno francés para pagar los oficios de un abogado prestigiado.
Hace tres meses iba a celebrarse una audiencia que prometía ser definitiva para acelerar sentencia en primera instancia, pero un perito adscrito a la Fiscalía General de la República no se presentó; por esta razón el juez de la causa decidió mantener en prisión a Vallarta.
Los tiempos de la justicia mexicana están diseñados para seres humanos que miden su vida en siglos y no en años.
Vallarta lleva 15 años privado de su libertad por un delito que no cometió. No solamente Florence Cassez, sino varios integrantes de su familia han sufrido la violencia de un Estado manipulado por intereses muy perversos.
Mientras Genaro García Luna, artífice de la fabricación del caso Cassez-Vallarta, está encerrado en una cárcel de primer mundo, en el estado de Nueva York, la vida de Israel corre peligro por la negligencia de un aparato de justicia que con vileza destruye la existencia de mucha gente inocente.
¿Dónde está, mientras tanto, Luis Cárdenas Palomino? ¿Dónde se halla ese torturador, el simulador, el operador principal de una mafia cuyo único denunciado, por las autoridades estadounidenses, es Genaro García Luna?
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Israel Vallarta merece salir con bien de esta enfermedad, porque es de justicia que recupere la libertad arrebatada hace tres lustros por un Estado infame.