No hay destino irremediable frente a la epidemia de obesidad y diabetes que recorre nuestro país. Aunque es responsable principal de la muerte en México, muy por encima de la violencia criminal o los accidentes de automóvil, no estamos ante la peste bubónica, la gripa española o la tuberculosis.

Está en nuestras manos enfrentar la tragedia, siempre y cuando no se responda a esta epidemia con algodones de azúcar o caramelos, por parte de los principales responsables.

15 de cada 100 mexicanos padecen diabetes; es obvio que hay una precondición genética en nuestra población, la cual no se comparte en otras latitudes del planeta. Hay suficientes estudios para concluir que los alimentos procesados, altos en azúcares y carbohidratos, sientan mal en la salud de quienes habitamos este país.

Es urgente por tanto disminuir su consumo. No se trata, por lo pronto, de prohibir estos alimentos, aunque puedan ser tanto o más dañinos que el alcohol o el tabaco. Pero es imperioso crear conciencia, a velocidad de la luz, sobre aquellos que hacen más daño.

No es con estribillos bobos como el de “come frutas y verduras,” al final de cada promocional de alimentos procesados que esa conciencia va a consolidarse.

Las personas necesitamos saber, con la mayor precisión posible, qué nos estamos llevando a la boca.

De ahí que tenga buena pinta la iniciativa promovida por la Secretaría de Salud y la bancada de Morena en la Cámara Baja a propósito del etiquetado frontal en el empaquetado de los productos procesados más nocivos.

Cinco son los argumentos que necesitamos tener presentes a la hora de consumir tales alimentos: qué tan altos son en azúcar, cuánto lo son en sodio, qué nivel tienen de grasa saturada y grasas trans, así como el número de kilocalorías que contienen.

El etiquetado que actualmente exhiben los productos procesados no permite al consumidor conocer esta información de manera confiable y rápida. El formato está diseñado para complicar la lectura de los ingredientes.

Tarda uno en saber si la información implica al total del envase o tiene que ver con una porción que, según el producto, varía de manera arbitraria.

Es tan complejo que para comprender a cabalidad lo que va a ingerirse se requeriría llevar al supermercado una calculadora.

De ahí que la nueva iniciativa de etiquetado frontal busque volver accesible y, sobre todo, comprensible, la información nutrimental de los alimentos procesados. La idea es muy simple: cuatro etiquetas hexagonales en la parte posterior del producto donde se haga explicito qué tan alto es en los cuatro rubros mencionados: azúcares, sodio, grasas y grasas trans, y una quinta que precise las kilocalorías totales.

Esta fórmula de etiquetado ha sido ya probada con gran éxito en países como Chile y Perú. Tiene como principal propósito tratar a las personas, sin importar su edad, como seres autónomos e inteligentes que, con información adecuada, sabrán qué hacer para procurar su propia salud.

El problema del etiquetado actual es que engaña, porque supuestamente proporciona información, pero en realidad desincentiva la consulta ya que exhibe datos presentados de manera confusa.

En contraste, la propuesta del etiquetado frontal permitiría que las personas consumidoras obtengan información rápida sobre sus compras y que ésta les conduzca a cambiar de hábitos alimenticios de manera alineada con su respectiva salud física.

La iniciativa ha encontrado oposición de actores muy influyentes. Los cabilderos a favor de la industria de alimentos procesados actúan de manera irresponsable: hacen pensar en los necios que en su día se opusieron al uso de la vacuna contra la tuberculosis. Es obvio que les importa más la salud de sus intereses que la de sus consumidores.

Mientras la iniciativa de etiquetado frontal iba viento en popa en la Cámara de Diputados, un grupo de senadores, seducidos por la voz de la industria, decidieron descarrilar el proceso legislativo argumentando, entre otras sandeces, que esta nueva forma de etiquetado podría traer crisis y desinversión dentro de un negocio que es muy redituable.

ZOOM: Divorciar al poder político del poder económico es una de las promesas principales de la 4T. La separación entre la Secretaría de Salud y la industria procesadora de alimentos sería una de las acciones más saludables para la población mexicana.

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