El Covid-19 nos toma con un ánimo de rijosa antipatía entre quienes tienen la voz cantante de la política. Antes de que llegara a México ya desconfiaban, se rechazaban, se desagradaban; ya deseaban, desde la profundidad más baja de su vientre, que al adversario le salieran muy mal las cosas.

Pero la temperatura del ambiente público se ha puesto peor con el coronavirus. Las preocupaciones del otro son recíprocamente minimizadas, o descartadas de plano.

No importa la gravedad de los argumentos, más importante que lo dicho es siempre quién lo dijo.

Un intrigante que por estos días anda desatado me envió un par de fotografías de la campaña que los legisladores panistas han desplegado para señalar al gobierno de Andrés López Obrador por una supuesta inacción frente a la emergencia sanitaria.

“Andrés Manuel: ¿qué esperas? ¡Cancela ya vuelos internacionales!” —dicen las pancartas de dos fulanos encorbatados que fueron a exhibirse, uno junto al mostrador de Interjet en la Terminal 1 del aeropuerto Benito Juárez, y el otro en la sala de plenos del Palacio de San Lázaro.

El mismo vocero me anuncia que los dirigentes del PAN están pensando pedir el cierre de fronteras. También envió a mi dispositivo un discurso arrebatado de Josefina Vázquez Mota, donde la legisladora comparte su estado angustiado y acusa al gobierno de ineptitud frente a la crisis.

El encono rancio entre el PAN y el presidente, además de mezquino, hace muy difícil que gobierno y oposición cierren filas frente a la circunstancia.

Saben los panistas que la Organización Mundial de la Salud no recomienda, en nuestro contexto actual, el cierre de fronteras o de aeropuertos y también que el gobierno está siguiendo puntualmente los protocolos marcados por esa organización.

Sin embargo, prefieren continuar alimentando la antipatía social pensando acaso que, después de la pandemia, se necesitará un chivo expiatorio para echar culpas sobre todos los males y dolores.

Ahora que, como dice el refrán, para bailar tango se necesitan dos: la antipatía tiene igual como fuente el discurso presidencial, que no se ha limitado una sola vez para acusar al gobierno panista de 2009 por haber manejado muy mal, supuestamente, la epidemia de H1N1.

Un día sí y otro también Andrés Manuel López Obrador demoniza la gestión de Felipe Calderón y la actual crisis sanitaria le ha dado oportunidad para insistir con la corrupción, impericia y conducción equivocada en aquel episodio.

“¿Pero qué necesidad?” —diría el inmortal Juan Gabriel. De plano, ¿a quién le sirve tanto lodo, tanta mierda, tanta basura, en un momento donde los líderes de la política están moralmente obligados a relajar sus diferencias para convocar a la unidad nacional?

En una crisis como la que está comenzando a recorrer el territorio mexicano la empatía social es fundamental. Así como la fortaleza del sistema inmunológico es clave para que cada persona sobreviva al coronavirus, la empatía y su correlato —la confianza— son indispensables para hacer que el conjunto social se defienda de la amenaza.

Si esta pandemia no es capaz de unir a los mexicanos, nada más podrá serlo.

Para enfrentar los desafíos del quebranto a la salud física, emocional y económica se requeriría de una sociedad tolerante y dispuesta a la reconciliación. No se trata de coincidir con los pensamientos, los afectos o los razonamientos ajenos, sino de escucharlos sin prejuzgarlos, achicarlos o descalificarlos.

Cuando estamos urgidos por cerrar filas, es muy antipático insistir con las fisuras.

ZOOM

Andrés Manuel López Obrador aún no decide si quiere ser presidente de todos los mexicanos o sólo de una parte. El coronavirus le ofrece una oportunidad para ser empático y responder a esta pregunta que tanto tiene que ver con el juicio futuro sobre su papel en la historia.

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