Es más difícil hacerse oír en la familia.

“La confianza apesta,” dice el refrán, y en política es doblemente cierto.

Cuando el adversario es distante, emocional e ideológicamente, resulta fácil plantarse y reclamar; más penoso es reaccionar en el contexto contrario.

En 2011 Javier Sicilia encabezó un largo peregrinar que llegó a Ciudad Juárez: “el epicentro del dolor”. A su paso el poeta fue levantando la voz de las víctimas y sus familiares.

Quién conoce la fuerza de las palabras, sabe que el volumen lo es todo cuando ha de enfrentarse la injusticia.

Sicilia renunció a ser su propia voz para que otros lo habitaran; para que los desposeídos, los descartados, los desechados de nuestra agreste tierra, elevaran el sonido de su dolor hasta lograr ser atendidos.

Centenas de víctimas se sumaron a aquella caravana con el solo propósito de hacerse oír, y lo lograron.

La violencia que desató el gobierno de Felipe Calderón tuvo como principal origen el gobierno de Felipe Calderón.

Sicilia fue la voz más ácida que ese presidente tuvo que escuchar, y por eso resulta absurdo ligar al poeta con aquel presidente y sus aliados.

El poeta renunció a su voz para entregársela a otros. Ocurrió esa negación cuando asesinaron a su hijo Juan Francisco, pero también cuando descubrió que la poesía se extingue si son mayoría quienes no pueden pronunciarla.

Entonces escribió Deshabitado, un texto tan sincero como difícilmente otro podría serlo.

Cuando el peregrino presta su voz para que los demás hablen, ocurre la anulación del primero.

El vehículo del dolor se niega a sí mismo para que el dolor se exprese en toda dimensión.

El poeta tuvo que desertar a Sicilia para que el movimiento que despertó a miles de víctimas se expresara sin modulación, sin subjetividad, sin equívoco ni sesgo.

Deshabitarse a sí mismo para que otros ocupen las cuerdas de la voz, el pálpito, la expectativa, el propósito, la narrativa.

Se trata de una antigua práctica humana, que aprovecha la fuerza del silencio para gritar.

Javier Sicilia guardó su voz durante una temporada larga, porque su talento no es redactar leyes, ni someter violencias, mucho menos afiliarse a partidos, fuerzas políticas ni pretextos electorales.

Sicilia solo puede ser la voz que le da voz a las otras voces. La voz que no calla. La voz, como diría Xavier Villaurrutia, que cae y no es mía:

“Cae mi voz, y mi voz que madura, y mi voz quemadura, y mi bosque madura, y mi voz quema dura, como el hielo de vidrio, como el grito del hielo.”

Este enero de 2020 el poeta decidió marchar de nuevo. La voluntad que le mueve se parece tanto y a la vez es tan distinta a la que hace nueve años lo llevó a convocar.

Tiene un costado inescrutable que el enemigo de Felipe Calderón sea a la vez la voz que se eleva contra el adversario de aquel mandatario.

Pero Sicilia no se cansa de exhibir la deshabitación de una política que, desde la derecha y también desde la izquierda, se permite sacar a las víctimas de la ecuación.

A la derecha poco le importaban las víctimas: fueron en su día daños colaterales de una guerra contra los enemigos.

Esa frivolidad fue causa de la tremenda mortandad y las personas desaparecidas.

En su día, Andrés Manuel López Obrador encarnó, por voluntad propia, la oposición a tamaña insensibilidad. Como Sicilia, fuimos muchos quienes creímos que, de triunfar, el luchador empatizaría con las miles de víctimas de una guerra que es nuestra, porque ha sucedido mientras sucede nuestra generación.

López Obrador se reunió con las víctimas antes de ganar las elecciones, también lo hizo, en septiembre de 2018, antes de ocupar el Palacio Nacional.

Pero un día cambió de opinión y no explicó los motivos de ese cambio.

Las víctimas no ocuparon más el corazón de sus preocupaciones: abrazó con elogio a los victimarios que visten con el color verde, prefirió la seguridad a la justicia, y más que todo, priorizó el olvido sobre el perdón.

Así se explica porqué el deshabitado ha vuelto a habitarse, porqué el poeta regresó a marchar. Poco debe importar si, a diferencia de la otra vez, la confianza apesta y la sensación de familia se usa para acallar.

ZOOM

hay motivos de la política que la política no comprende: verdad, justicia y paz. Y sin embargo son los más importantes, entre todos los que podamos argumentar.

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