En una cosa tiene absoluta razón el presidente Andrés Manuel López Obrador: en sus pretensiones su mandato ha sido radical.
Dos años hace que ganó el poder y desde entonces la política mexicana dio un vuelco de proporciones muy grandes.
Prácticamente no hay ámbito de la vida pública nacional que haya permanecido intocado.
La relación entre el Estado y la sociedad, la vida empresarial, los sindicatos, la industria energética, la relación con los gobernadores, la política de seguridad, los órganos autónomos, las iglesias, los contrapesos de la oposición, la salud, las transferencias sociales, la fiscalidad, la minería, etcétera.
La lista es abultada y, aunque sucinto, el informe que ofreció ayer dio cuenta de la dimensión.
El mandatario ofreció que su gobierno sería un parteaguas en la historia del país y en eso no mintió.
Antes de que se celebraran los últimos comicios federales ocho de cada diez mexicanos queríamos un cambio y por eso el presidente recibió un mandato tan robusto en las urnas.
Había entonces consenso amplio sobre las cosas que debían cambiar; sobre los “qués” de la política, que no debían continuar como antes.
No había sin embargo acuerdo sobre los “cómos” de ese cambio. Tal ha sido siempre el núcleo atómico de la disputa.
Alfonso Romo, asesor principal del presidente en temas económicos, cuenta que cuando lo conoció tuvieron una conversación a propósito de este tema.
Narra que Dante Delgado lo presentó con López Obrador en el domicilio del líder político. Ahí el empresario preguntó si realmente quería ser presidente de México o le bastaba con ser el líder social más importante de su época.
López Obrador respondió que quería ser presidente y animó a Romo para que precisara la diferencia que, según su entender, había entre una cosa y otra.
El interlocutor se animó a decirle que, a su parecer, él tenía razón en los “qués” de su oferta política, pero no en los “cómos.”
Este dilema ha perdurado con el tiempo. Ocho años han corrido desde aquella conversación y el ahora presidente cuenta con apoyo grande a propósito de los “qués” de su propuesta radical, pero no logra que los “cómos” obtengan consenso suficiente.
Ciertamente el país no está dividido por las causas del presidente, sino por los modos que usa para materializarlas.
El mejor ejemplo de este déficit puede constatarse todas las mañanas, durante la conferencia de Palacio Nacional.
Para sus adversarios –los de antes y los que ha venido coleccionando más recientemente– no son agraviantes los objetivos del presidente sino la manera como los plantea.
Nadie está en contra, por ejemplo, de que el presidente combata con todo el peso de la ley y el poder presidencial los actos de corrupción. El problema surge, sin embargo, cuando en vez de combatirlos señala de ser corruptos, sin probar, a quienes disienten de sus puntos de vista.
Tampoco puede escatimarse el esfuerzo por romper los lazos mafiosos sostenidos durante demasiado tiempo, a costa del contribuyente, entre el poder político y algunas empresas de medios; sin embargo, la embestida cotidiana contra periodistas, con el solo propósito de anular el debate público, son modos que crispan la vida democrática del país.
Estos ejemplos pueden continuarse hacia casi todos los temas en proceso de transformación: las reformas sanitaria, de seguridad, presupuestal, energética, aeroportuaria, entre tantas otras, han provocado disenso, división y ruptura, no tanto por sus objetivos sino por las vías y los métodos para implementarlas.
No solo son problema los cómos a la hora de decir las cosas, sino también la manera como se echan a andar las decisiones.
Si la Política, con mayúscula, define los “qués” y las políticas públicas “los cómos,” resulta evidente que las disputas más agrias giran alrededor de las segundas, acaso porque afectan intereses, pero sobre todo porque han sido insuficientemente reflexionadas, instrumentadas y comunicadas.
ZOOM
Hace dos años el candidato electo, Andrés Manuel López Obrador, prometió que iba a reconciliar al país. Esa promesa no solo debió incluir los objetivos sino también los métodos. Aquí está el reto pendiente para los cuatro años y medio que le restan al mandato: consensar también los métodos. Objetivos radicales, sí, pero con estrategias negociadas democráticamente.
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