Las oposiciones al gobierno de Andrés Manuel López Obrador todavía siguen atrapadas dentro de la barranca donde cayeron en julio del año pasado; y a ninguna se le nota hambre, de la verdadera, para querer salir de ahí.

Traen la moral por los suelos y no hallan cómo levantar el rostro. Mientras tanto, el triunfador se encarga todos los días en compararles con la facción traicionera que, en el siglo XIX, se prestó para que un extraño enemigo invadiera la patria.

Algo de injusto tiene comparar a panistas, priistas, los enemigos intelectuales o a los intereses económicos adversos al actual gobierno, con los desmatriados conservadores que pactaron con Napoleón III para traer a Maximiliano como emperador.

Sin embargo, ha sido muy eficaz el discurso de descalificación que el presidente suele recetar al tercio de población que no aprueba su gestión. Lo ha sido sobre todo porque los aludidos no han tenido capacidad para contrarrestar los ataques.

Mientras los adversarios del gobierno están acorralados en el mismo sitio, el presidente avanza sin contención. Ganó aquellos comicios con poco más del 50% de los votos y cuenta hoy con un respaldo casi del 70%. En revancha la oposición ha perdido casi 20 puntos durante el último año.

El tercio opositor se ha endurecido y trae el cuerpo hecho ovillo para soportar los golpes. Acaso por ello se mira todo el tiempo el ombligo.

El principal problema de las oposiciones es que no cuentan con una versión alternativa de futuro. Mientras la 4 Transformación ofrece una narrativa para el porvenir, los adversarios atrincherados en la zanja se miran incapaces de imaginar un horizonte que compita con la oferta del presidente.

Cuando las oposiciones debaten con el poder lo hacen desde la idealización de un pasado al que muy pocos querrían volver. Si salieron tan lastimadas durante los últimos comicios federales fue porque 8 de cada 10 mexicanos queríamos que ocurriera un cambio contundente en la política y sus instituciones. De ahí que defender lo ido no solo sea absurdo sino suicida.

Quizá un año sea muy poco tiempo para que las fuerzas de la oposición terminen de digerir las razones del fracaso. Sin duda lo es para que nuevas ideas contrastantes puedan emerger y tanto más para que liderazgos con visión y futuro puedan atraer un número mayor de simpatías.

Esta es una realidad que tenderá a moverse en el tiempo, porque así suele ocurrir en los ciclos democráticos. Sin embargo, nada sucederá si la moral de las oposiciones no remonta, si no salen de su hoyo, si no apartan la mirada de su propio ombligo, si no saben tomar distancia con una realidad pasada que fue corrupta, violenta y desigual.

El modo reactivo sin pizca de proposición es el problema principal, por lo que cada vez que se arrojan criticas contra el gobierno, estas se evaporan antes de tocar a su objetivo.

Los adversarios no han tomado conciencia que la disputa no es por el presente —porque este ya tiene dueño— sino por el futuro: ¿qué nos dice a los mexicanos sobre el porvenir la metralla de amparos destinados a parar las obras en Santa Lucía? ¿Qué aporta para el futuro la insistencia de invertir más recursos públicos en financiar policías en vez de apoyar a los jóvenes? ¿Qué significa para el futuro que el PRI haya resuelto su dirigencia a partir del fraude electoral? ¿Qué aporta para el futuro que el único vinculo capaz de reunir a los opositores sea Andrés Manuel López Obrador?

ZOOM:

Tiene razón el presidente cuando dice que sus adversarios están derrotados moralmente, pero la responsabilidad es solo de ellos. No hay un techo que les impida crecer, sino un suelo pegajoso que les tiene atrapados.

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