Sucedió durante el primer semestre de 2001. Me tocó acompañar a Gilberto Rincón Gallardo en una conversación con el entonces jefe de gobierno de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador.
Ambos se conocían demasiado bien y quizá por eso hicieron gala de su mejor amabilidad. Ese día constaté lo que todavía hoy se dice del presidente: cuando conversa en corto, es encantador. Rincón era igual de caballero en público que en privado y por eso fluyó la plática con gran decencia.
López Obrador quería explorar si las tesis políticas contra la discriminación que habían nutrido el discurso de Rincón Gallardo durante la campaña presidencial del año anterior podían volverse leyes y políticas del recién estrenado gobierno capitalino.
Estaban en plena formulación el apoyo a los adultos mayores y otras iniciativas similares para grupos vulnerables. Los conceptos y las reformas de ley que Rincón había enarbolado compaginaban bien con la política social que ese gobernante de izquierda tenía pensado emprender.
Tenía yo entonces tan pocos años como magra era mi experiencia política. Mientras escuchaba a Andrés Manuel me convencí de que el capital político acumulado durante la vida de Democracia Social, partido fundado por un grupo de socialdemócratas encabezado por Rincón Gallardo, debía sumarse al proyecto político que ese líder carismático nos estaba brindando.
Al termino de aquella reunión salimos ambos con ganas de hablar y caminamos bajo los portales del Zócalo. Pronto me enteré de que Rincón tenía más dudas que convicción sobre aquella posible alianza.
El argumento más contundente, y que compartió primero, tenía que ver con el riesgo que, para la agenda de la lucha contra la discriminación, significaba el acotamiento de una pista política de dimensión local.
Era obvio que, de poner al servicio de López Obrador las iniciativas y propuestas que teníamos, estas terminarían siendo rechazadas por el gobierno de derecha de Vicente Fox. Lo opuesto también era lógico. El jefe de gobierno de la capital no estaría dispuesto a impulsar la misma agenda de sus adversarios políticos.
Si bien Vicente Fox nunca encajó bien con mi hígado —desde entonces me ofendía su frivolidad—, Rincón Gallardo tenía razón en una cosa: en un país tan centralista como México, era mejor apostar todo el esfuerzo posible para que se celebrara una reforma que incluyera la cláusula de no discriminación en la Constitución mexicana.
También tendría mayor peso político una instancia que, a nivel federal, pudiera orientar las políticas nacionales en contra de la discriminación. Diecinueve años después esa instancia es el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, conocido por todos como Conapred.
La negativa de Rincón a trabajar con López Obrador marcó una distancia cuyos ecos se han escuchado durante un tiempo largo, incluido el día de ayer.
Desde luego que el presidente sabe qué es Conapred, qué hace y quién lo fundó. También debe estar consciente que ha significado un esfuerzo honesto de agregación entre la sociedad y los gobiernos a favor de una causa muy noble.
La mofa que hizo ayer, simulando desconocimiento, tiene probablemente como origen aquel memorioso desencuentro.
He de contar también que el argumento de la causa nacional no fue el único que Rincón Gallardo mencionó ese remoto día.
Este líder de la izquierda mexicana, cuya trayectoria en nuestro país se compara con la de muy pocos, había ya tenido desencuentros importantes con Andrés Manuel López Obrador.
El más relevante fue la carta de renuncia de Rincón Gallardo al PRD, fechada en septiembre de 1997, cuando López Obrador presidía esa fuerza política.
Ahí se explican las diferencias retomadas durante aquella caminata y que luego serían publicadas en un libro titulado A Contracorriente:
“Para México no es lo mejor … el cruce de objetivos que en primer término pretende resolver quién vencerá a quién.” (No coincido con) “el triunfo del maximalismo, la pérdida de la idea democrática de la negociación… la renuncia a un papel de convocatoria, de consenso, de equilibrio, de aceptación de la pluralidad, de reconocimiento de los valores ajenos.”
ZOOM
Rincón Gallardo solía insistir que hay muchas izquierdas. Mientras él prefería la vía reformista, Andrés Manuel López Obrador la revolucionaria. Mientras él proponía objetivos radicales con estrategias moderadas, Andrés Manuel los objetivos radicales a secas. De aquel desencuentro entre esos dos hombres hay tanta memoria como de los abundantes aportes que Conapred ha hecho a la historia de la lucha contra la discriminación en mi país.
www.ricardoraphael.com@ricardomraphael