El lunes 19 de octubre del año 2009, el embajador de los Estados Unidos en México, Carlos Pascual, redactó un informe para el Departamento de Estado denunciando como un desastre la guerra de Felipe Calderón contra las organizaciones criminales, en particular en la frontera noreste del país.
“El rendimiento de las fuerzas de seguridad es muy bajo —afirmó. No generan información de inteligencia útil; no existe ninguna coordinación entre las diferentes agencias de seguridad; no patrullan en forma conjunta y si lo hacen, no actúan de manera efectiva.”
Escribió también Pascual que “el gobierno carecía de un plan para proteger a la población, así como para impedir que las personas se unan a las filas del crimen organizado.”
Esta crítica tuvo como objetivo principal al secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna. En aquellos años este funcionario era el hombre de confianza del presidente Calderón para formular los planes y las acciones de la que fue su política más presumida.
No hay necesidad de leer entre las líneas este informe para concluir que la relación entre García Luna y Pascual estaba herida por la desconfianza, por la impericia del secretario y, ahora cabe teorizar, también por los rumores que lo vinculaban a las mismas empresas criminales que García Luna pretendía combatir.
En la comunicación de Carlos Pascual, el ex embajador también dedicó un párrafo a la participación del Ejército mexicano en la supuesta guerra; lo calificó como “incapaz de enfrentar a las ‘sofisticadas’ bandas del crimen organizado,” para luego añadir que, “a pesar de los más de 3 mil militares y policías desplegados en (Tamaulipas), la llamada Operación Conjunta no opera de manera coordinada ni conjunta.”
Cuando este informe secreto del embajador estadounidense se dio a conocer, gracias a los cables del Departamento de Estado publicados por Wikileaks, el presidente Felipe Calderón reaccionó con enojo acusando airadamente a Carlos Pascual de faltarle al respeto a nuestras Fuerzas Armadas.
Sin embargo, no dijo una sola palabra del señalamiento que, en este mismo informe, se hacía de la ausencia de planes y coordinación a propósito de la seguridad.
Dos años después de la fecha en que se redactó aquel documento, Felipe Calderón ofreció una entrevista al periódico The Washington Post para reclamar sonoramente al diplomático estadounidense. Según el ex mandatario, la divulgación de este comunicado había causado graves daños en la relación entre los dos países.
Talentoso para el malabar discursivo, con esas declaraciones Felipe Calderón logró revertir una crítica fundada en contra de su gobierno y el principal operador de la política de seguridad: Genaro García Luna.
El truco fue hacerse el ofendido, a nombre de la Patria entera, por las menciones al Ejército mexicano que, solo tangencialmente, aparecían en el documento.
La manía de Calderón por defender al superpolicía fue potenciándose conforme avanzó su administración: para 2011 había llegado al punto del paroxismo.
Entonces daba la impresión de que tocar a García Luna con el pétalo de una duda era como disparar una ráfaga de balas contra el corazón político de la Presidencia.
La entrevista con Roberta Jacobson, que se publicó en el número de Proceso de esta semana (2270), profundiza sobre las razones por las que, en efecto, los gobiernos de Felipe Calderón y Barak Obama resbalaron dentro del barranco de la desconfianza mutua.
Mi colega, muy admirado, Jesús Esquivel, obtuvo de esta funcionaria —que por esos mismos años fue subsecretaria del Departamento de Estado— una declaración que pasará en automático a formar parte de los libros de la historia bilateral: “el gobierno de Estados Unidos recopiló rumores e información de la relación de Genaro García Luna con el cártel de Sinaloa … Sugerir que el gobierno de México no tenía la misma información sobre la corrupción (del) funcionario … es tan inocente,” y en toda franqueza “es doble cara.”
ZOOM
La sentencia de Jacobson es para Felipe Calderón. Lo acusa a la vez de inocente y doble cara; mientras siga neceando el expresidente con defender a García Luna, mayor credibilidad le otorga a lo segundo y ninguna a lo primero.
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