La mañana del sábado pasado, el padre Alejandro Solalinde visitó el penal femenil de Morelos para reunirse con Brenda Quevedo Cruz, una mujer que lleva casi 13 años en prisión, sin haber conseguido todavía una sentencia en primera instancia.

Se tata de aquella joven que, en el año de 2006, fue exhibida en espectaculares inmensos, colocados por toda la Ciudad de México, como asesina y secuestradora. Entonces no tuvo derecho la presunción de inocencia y después no volvió a tener prácticamente ninguna de las protecciones que ofrece la Constitución mexicana.

Cuando se enteró de la visita de Solalinde, Isabel Miranda de Wallace respondió enojada: “El sacerdote actúa sin conocimiento del caso y de manera oportunista al defender a una de las responsables del secuestro y asesinato de mi hijo.”

Los argumentos de la madre de Hugo Alberto León Miranda, persona desaparecida desde julio de 2005, se conocen de sobra. De tanto repetirlos ella ha construido una monumental carrera política y empresarial.

Es momento para que la sociedad mexicana trate con justicia este caso escuchando la otra versión; las siguientes son palabras de Brenda Quevedo Cruz:

“En la madrugada llegó un comandante con dos oficiales, me sacaron, me subieron a una camioneta y me llevaron al otro lado de la isla. Yo sólo oía el rugir del mar … Temblaba de miedo como un estúpido conejo, mis nervios ya estaban mal, sabía que todo eso no era para nada bueno. Llegamos, por fin, a una casa al lado de un peñasco en obra negra. No había luz …

“(Dentro) había una cobija apestosa, horrible y me encerraron. Las ratas pasaban a mi lado. Lloraba, me mordía la mano para no gritar, oraba, rezaba, le pedía a Dios que … me llevara con él …

“Como a las nueve … abrieron la puerta y entraron seis hombres encapuchados, todos con pantalones de mezclilla, una camiseta blanca sin mangas y zapatos negros …

“Yo grité: ‘¡Otra vez, no, por favor, no!’ Uno de ellos me dijo que, ahora sí, aunque gritara, nadie me iba a escuchar, que ahora sí, había chingado a mi madre…

“(M)e envolvieron con una cobija, la pegaron con cinta canela, me vendaron los ojos y me quitaron los pantalones y los calcetines …

“Me golpeaban no sé con qué, si con el puño, los codos, las rodillas. Estaba en el piso. Luego me voltearon para echarme agua por la nariz y la boca ... Uno de ellos … gordo y peludo de los brazos, todo sudado, se me aventaba … me sacaba todo el aire … golpeaba mis senos …

“Estuvieron … torturándome más de seis horas. Seis hombres contra una mujer vendada y amarrada …

“Uno de ellos me metía el puño cerrado en mi parte, hasta que empecé a sangrar. Me decían que me veía como una golfa miada, que no valía ni un centavo …

“Yo ya tenía rato de no estar ahí, me había ido lejos … Uno de los golpes que me dieron en la cabeza fue tan fuerte que casi me reventaron el oído ...

“No quería sentir, quería morir. Creía que, de verdad, todos me habían dejado sola, hasta Dios, principalmente él …

“Me decían que para que esto no volviera a ocurrir, tenía que ir con el juez que estaba en Islas (Marías) y decirle que estaba arrepentida y echarme la culpa del secuestro, que todos fuimos responsables, que el tipo se había muerto y lo habíamos cortado en pedazos. Que … volverían, … que nada de mis mamadas de andar diciendo todo esto a los derechos humanos, pues quien pagaría sería mi familia …

“(Prometí) que haría lo que me dijeran, pero que por favor ya me dejaran tranquila … (A)l final uno … me dio una cachetada y me dijo: ‘Así siéntate, no te vayas a lastimar’”.

A pesar de tanto, Brenda Quevedo no habló con el juez, ni se echó la culpa por un secuestro y un asesinato en el que no habría participado.

Acudió en cambio a la Comisión Nacional de Derechos Humanos; esa institución no la protegió, pero la denuncia sirvió, al menos, para que la autoridad carcelaria la sacara de las Islas Marías, donde jamás debió haber estado, para enviarla a otro penal en Nayarit.

El relato que se transcribe aquí fue publicado con pseudónimo en 2014, en una colección de textos emparentados que lleva por nombre La llave es la pluma, literatura carcelaria femenina.

Son decenas de miles de mujeres las que en México han sufrido violencia de Estado. Los perpetradores son autoridades, ministerios públicos, policías, agentes federales; varones que abusaron y siguen abusando de una condición conferida por su sexo, posición, poder, privilegio e impunidad.

Los sujetos que se ensañaron con Brenda, en un peñasco recóndito de las Islas Marías, tienen nombre y apellido, tienen padrinos y madrinas, probablemente continúan trabajando para el Estado mexicano.

ZOOM:

tenemos una deuda enorme con las mujeres de la cárcel, con las abusadas por la Justicia, con las descartadas, con las decenas de miles de Brendas que merecen ser escuchadas en la inmensidad de su dolor.

www.ricardoraphael.com@ricardomraphael

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