Tiene mucho de mezquindad que cuando se trata de hablar de ti, me ponga a hacerlo sobre mi. Es muy humano el uso del espejo, pero en situaciones extremas resulta francamente vil.
La tragedia boliviana no tiene nada que ver con México y, aunque sea tan difícil para algunos ver al resto del mundo sin pasar por el hueco de su ombligo, lo que ocurre en el país hermano merecería menos ego y mas respeto.
Pende en estas horas sobre los hermanos bolivianos una guadaña tan filosa como solo la violencia armada del Estado puede serlo.
La confrontación que no deja de elevarse, después de las fallidas elecciones del 20 de octubre, está conduciendo las cosas demasiado lejos.
Como siempre sucede en las tragedias de la historia, no ocurre en esta ocasión que un bando posea toda la verdad democrática ni el otro tenga el monopolio del autoritarismo.
Ambas partes aportaron irresponsabilidad al fuego de la crisis. Ninguno supo reconocer a tiempo la distancia que les separaba del precipicio. Adolecieron de la prudencia deseable para volver más lentos sus pasos, de camino hacia el desbarrancadero.
En Bolivia, el sentido común se extravió cuando quedó sepultada la oportunidad de un diálogo en comunidad, cuando cada cual decidió tensar la cuerda hacia el polo opuesto de su adversario, sin detenerse a reflexionar dónde iba a acabar todo aquello.
Evo Morales y los suyos no lograron conseguirse una salida digna y libre del gobierno porque era real la amenaza de que fueran a ser arrasados, una vez que entregaran la inmunidad que aporta el poder.
Cabía temer al revanchismo de los opositores y también una persecución como la que experimentó Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil. Acaso por esta razón, el mandatario boliviano se permitió torcer de más las instituciones –la Constitución incluida– con tal de preservarse en la silla más encumbrada.
En sentido inverso, las oposiciones, encabezadas por Luis Camacho y Carlos Meza, también dieron la espalda al sentido común, cuando prefirieron ser parte del fragmento, de la parcialidad y por tanto del subconjunto.
Tan extraviado estaba ya el sentido común en la política boliviana que las elecciones de mediados de octubre potenciaron las fracturas, en vez de atemperarlas. Los órganos electorales no aportaron confianza, sobre todo cuando optaron por esconder los resultados.
Fue fatídico que el conteo rápido se apartara de los ojos del electorado, durante más de 24 horas, porque con ello se atizaron los ánimos más desconfiados.
Este fin de semana, ante una crisis que lleva andando casi un mes, la Organización de Estados Americanos (OEA) se vio impelida a denunciar las irregularidades observadas durante los comicios y optó por proponer la realización de nuevas elecciones.
A esta iniciativa se sumaron funcionarios, políticos, fuerzas policiales y también la autoridad militar, que antes eran parte de la coalición política liderada por el presidente. Lo más importante es que el propio Evo Morales hizo suya la propuesta, con tal de calmar los ánimos y atajar la espiral de violencia en su país.
Este punto de inflexión podría reconducir las cosas hacia la paz y la reconciliación entre las muchas Bolivias enfrentadas, o bien, puede también significar la emergencia de una empresa peligrosa de marginación y aplastamiento hacia una de las facciones, por medio del uso desproporcionado de la fuerza militar.
Es tanto lo que se juega en estas horas y también tan profunda la separación entre las diversas posiciones, que solo la recuperación del sentido común – sobre todo del sentido en común – podría hacer posible la celebración de un nuevo ejercicio electoral, esta vez confiable.
Orillado por sus errores y la revuelta, Evo Morales ofreció una salida democrática. La OEA respalda la misma solución y en idéntica dirección tendrían que empujar todos los países del continente. Cualquier otra ruta se antoja tan trágica como inaceptable.
ZOOM: El rechazo al golpe de Estado no puede ser ambiguo ni condicionado, así como contundente debe ser el apoyo a un nuevo proceso comicial librado de los colmillos del fraude.