La popularidad del presidente retoma vuelo durante la crisis sanitaria. De acuerdo con la encuesta de Alejandro Moreno publicada el lunes de esta semana en el periódico El Financiero, entre marzo y abril los bonos de Andrés Manuel López Obrador crecieron ocho puntos, alcanzando un 68% de aprobación nacional.
En espejo descendieron las opiniones negativas, que pasaron de 37%, que tenía en marzo, a un 29%, exhibido en abril.
La percepción adversa contra el presidente de principios de año tuvo probablemente que ver con la gestión política errática frente a las demandas feministas. Sin embargo, una vez que quedó opacado ese tema álgido, el presidente recuperó popularidad.
El caso mexicano no es excepción. La mayoría de los líderes del mundo se han beneficiado de un bono de popularidad proporcionado por la crisis provocada por el SARS Cov-2. Trátese de Boris Johnson, en Gran Bretaña, de Emmanuel Macron, en Francia, o de Donald Trump, en los Estados Unidos, todos estos mandatarios mejoraron su situación durante las últimas semanas.
Acaso la única excepción es Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, que no ha parado de cometer yerros desde que la pandemia aterrizó en su país. La decisión de caminar en sentido inverso al planeta –respecto a la distancia y el confinamiento sociales– así como los desafíos innecesarios a los poderes locales, a los tribunales y también al poder legislativo, han provocado que ese presidente cuente hoy con el respaldo de solo un tercio de su población gobernada.
Al parecer las personas premian cuando los dignatarios dejan en manos de la ciencia y la medicina la gestión de la crisis sanitaria, y castigan cuando dirigentes, como Bolsonaro, usurpan conocimiento y capacidades que no tienen.
El caso mexicano es evidente. López Obrador entregó en manos de los funcionarios de la secretaría de Salud la gestión de los números, las medidas y las decisiones relativas a la crisis. Como jugador de beisbol que es, en lo que toca al tema sanitario, ha preferido jugar de jardinero: cachando las pelotas que los demás no alcanzan a capturar.
Fue esta estrategia la que colocó a Hugo López-Gatell como vocero principal del gobierno, y también como el hombre de confianza en cuestiones epidemiológicas. Aunque se intente desacreditar a este especialista, la mayoría de la población tiene confianza en el subsecretario, sus datos y, sobre todo, en su tono pedagógico a la hora de explicar.
Se antoja difícil, a estas alturas de la crisis –justo a medio camino –, que la credibilidad lograda por López-Gatell vaya a desbarrancarse.
Sin embargo, la misma encuesta de El Financiero perfila desde ya el siguiente quiebre de la crisis, el cual no será sanitario sino económico.
Las estimaciones varían según la fuente consultada, pero cabe temer una pérdida de la producción nacional este año que podría variar entre un 6% y un 10%. Según el Fondo Monetario Internacional nos encontramos en una de las posiciones económicas más vulnerables del planeta.
Coincide esta previsión con un juicio severo de parte de la población encuestada, la cual califica mayoritariamente como negativa la gestión presidencial respecto a este otro tema. Sólo el 27% valora como positivo el tratamiento económico de la crisis, mientras que un 55% advierte como mala o muy mala tal gestión.
En efecto, la población encuestada está distinguiendo entre el desempeño económico y el sanitario. La gente está muy satisfecha con el manejo médico de la crisis provocada por el coronavirus, pero no así con la política económica emprendida por el presidente.
Mientras en el tema de salud el presidente no solo hizo caso a los expertos, sino que los puso al frente de la gestión, en cuestiones económicas el mandatario mandó a todo su equipo a jugar al jardín trasero y él se quedó solo abanicando el bate.
ZOOM:
La popularidad de los políticos es voluble y lo voluble nunca cambia. Lo mismo se puede aplaudir una política que abuchear otra. Al jardinero lo quieren, al bateador no.
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