En 1997, a mis 37 años y después de haber sido diputado federal en dos ocasiones y senador por Zacatecas, aspiré a alcanzar la candidatura a gobernador de mi estado. Esto me llevó a enfrentarme con el poder y a alejarme de un sistema que no cumplía con su esencia.
Desafiar el statu quo tuvo una consecuencia que asumí y enfrenté con toda responsabilidad. No faltaron la persecución, la infamia ni el intento de desacreditación contra mi persona, mi familia y quienes me acompañaron en ese entonces: las y los zacatecanos, que actuaron con dignidad y firmeza frente a estos ataques.
Tales conductas no rebatían nuestras ideas o nuestros ideales. Tampoco contenían contrapropuestas a la plataforma que planteábamos para cambiar el estado de las cosas en Zacatecas. Se trató de todo lo contrario: de descalificaciones y diatriba; de estigmatización sobre mis orígenes.
A pesar de todo, logramos sostenernos y triunfar, para llevar al estado de Zacatecas a ser el de mejores resultados en seguridad pública del país, y el de mayor crecimiento económico (con un 3.9 por ciento entre los años 2000 y 2004), por encima de los demás estados de la República.
A la infamia la combatimos con propuestas. Al odio lo enfrentamos con la esperanza de un mejor estado. A las viejas estructuras de poder que la clase dominante tenía las derrotamos con la firme convicción de que quien manda es el pueblo. Desde aquellos días, mi camino se unió al del ahora presidente, el licenciado Andrés Manuel López Obrador.
Hoy, en el último tramo de la primera etapa de la transformación, vemos con satisfacción que muchos de nuestros anhelos se convirtieron en realidad. El sur inició su desarrollo; la pobreza, su descenso; el modelo económico cambió; la política social se fortaleció, y las instituciones públicas recobraron su esencia.
Frente a este avance encontramos el peligro de la regresión democrática. Ahora, en pleno periodo de intercampaña, podemos apreciar con mucha claridad que, por un lado, se prepara un proyecto robusto o, como se le ha llamado, la construcción del segundo piso de la transformación. En contraste, el resto de quienes legítimamente buscan acceder al poder volvieron a caer en el encono, y su principal línea argumentativa son el insulto y los descalificativos.
Estas posturas y ataques, entendiblemente, se extienden no solo a quien hoy busca llegar a la máxima magistratura del país, sino que dirigen sus municiones en contra del propio presidente López Obrador. Es comprensible, pues se trata de un líder moral que, hasta este día, a unos meses de concluir su mandato, dota de energía, legitimidad e impulso al movimiento que fundamos.
Se comprende también que el activismo político en contra del movimiento y del propio presidente se amplíe a círculos que en teoría son apolíticos. Este fenómeno no sucede con exclusividad en México. Por ejemplo, hace algunos días, el New York Times, un medio de comunicación cuya esencia y misión radica en presentar información objetiva a sus consumidores, publicó un editorial en el cual asegura que “reelegir a Trump representaría un serio peligro para la república y para el mundo”.
En ningún caso esto es algo negativo, pero particularmente en México significa que la revolución de las conciencias que se propuso está surtiendo efectos y que ahora la sociedad mexicana es más participativa. Tampoco nos debe extrañar que los medios de comunicación y quienes en ellos participan tomen partido por uno u otro proyecto. Una de las grandes luchas del movimiento es hacer más público lo público, que no existan máscaras o cortinas detrás de las cuales se escondan quienes buscan impulsar una u otra visión de país.
Hoy, como sí sucedía hace apenas hace algunos años, no hay censura. Poco tiempo atrás era inimaginable y, en el peor de los casos, estaba prohibido que se escribiera tan solo una línea en contra del presidente de la República.
En estos nuevos tiempos, ya sea por el cambio en la política publicitaria del propio Gobierno, o por la convicción férrea de que la libertad de expresión no se dirige a través del dinero, toda persona, desde cualquier medio de comunicación, portal o espacio, puede sentirse segura de expresarse libremente sin temor a ser reprimida.
Ahora bien, frente a este avance en la vida democrática del país, hay que continuar por ese camino, aun con el contraste mediático al que estamos sometidos por medios y círculos de intelectuales, cuya coincidencia es lo anti-4T.
Y en lo personal, agregaría una de las máximas que han guiado mi vida política: debemos aprender a convivir en la diferencia para encontrar el provechoso consenso. El respeto debe prevalecer, incluso, en los tiempos más complejos.
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