Por décadas, Acapulco fue el símbolo del paraíso en México. Sus hermosas playas, su clima cálido y su impresionante paisaje montañoso lo convirtieron en un destino turístico excepcional. Además de su belleza escénica y aguas cristalinas, este puerto fue un punto clave en la ruta de los galeones que transportaban mercancías entre Asia y América durante la época colonial. Su relevancia aumentó en las décadas de 1960 y 1970, ya que se convirtió en el primer destino turístico de nuestro país que fue adecuado para acoger tanto a visitantes nacionales como internacionales en gran cantidad.
Es innegable también que Acapulco ha dejado una huella significativa en la cultura popular a través de la música, el cine, la televisión y el turismo, convirtiéndose en un destino emblemático conocido en todo el mundo. Tan solo durante la reciente temporada vacacional de verano de este año, la derrama económica estimada por el gobierno de Guerrero para el puerto fue de 6 mil 95 millones de pesos, y la afluencia fue de 977 mil visitantes, lo cual refrenda su importancia y estatus como un destino favorito de la gente para vacacionar.
Sin embargo, hoy la realidad de Acapulco dista mucho de lo que fue hasta antes del paso devastador del huracán Otis, a las 00:25 horas del miércoles 25 de octubre. Los videos e imágenes que circulan en las redes sociales y medios de comunicación ya dieron cuenta del nivel de destrucción y dolor que dejó a su paso este ciclón categoría 5.
Ante tal escenario desolador, en el que la Fiscalía de Guerrero ha contabilizado hasta el momento 39 víctimas mortales, resulta pertinente reflexionar en torno a lo ocurrido, para tratar de comprender qué potenció ese nivel de desastre, qué sigue a partir de ahora y, sobre todo, los pasos que hay que dar para comenzar con la reconstrucción de Acapulco, especialmente en estos días cruciales, en los que se requiere de una actuación más efectiva de los diferentes órdenes de gobierno para atender a la población afectada.
En primer lugar, se debe observar bien dónde estuvo la falla, para evitar que se repita un situación de esta magnitud. Es cierto que la furia de Otis rebasó todas las expectativas. Fue una tormenta tropical que se convirtió en huracán categoría 5 en menos de 12 horas. Si bien el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) estuvo monitoreando su evolución y el Centro Nacional de Huracanes alertó sobre su potencial catastrófico, lo cierto es que este evento —que fue el peor de su clase en los últimos 30 años en el Pacífico— dejó a la población de Acapulco con muy poco margen de acción para prepararse ante un desastre de tales proporciones.
Una vez más, la furia de la naturaleza demostró que, para asegurar la sobrevivencia, ya es inaplazable que nos adaptemos a una nueva realidad ambiental, dictada por el cambio climático y por la ineludible necesidad de convivir con fenómenos meteorológicos que serán cada vez más fuertes, violentos e impredecibles, lo que exige contar con una mayor capacidad de alertamiento y de respuesta.
Lo anterior incluye una visión a futuro y reformular la planeación, el desarrollo urbano y los reglamentos de construcción de grandes edificios a escasos metros del mar, porque incluso hoteles emblemáticos como el Princess, entre otros ubicados en la zona Diamante del puerto, no resistieron el embate de la lluvia y las rachas de viento que alcanzaron los 250 kilómetros por hora.
De igual manera, esta tragedia nos lleva a pensar sobre la pertinencia de establecer centros de acopio permanente, con artículos de primera necesidad e imperecederos, que permitan prestar auxilio inmediato a la población en situaciones de desastre, a fin de prevenir y evitar el caos, así como los actos de rapiña.
Vimos que lo sucedido en Acapulco también ocasionó una crisis que devino en el saqueo de tiendas, comercios, establecimientos e incluso casas particulares por parte de algunos grupos de personas. Por ello es muy necesaria la solidaridad, tal y como ocurre en este tipo de eventos que afectan directamente a la población, en especial a la más vulnerable.
Otro aspecto importante tiene que ver con reforzar la infraestructura para la detección, monitoreo y seguimiento de fenómenos naturales. Esto implica destinar mayores recursos para estar en mejores condiciones de prevenir y gestionar los posibles riesgos, a fin de que la gente pueda actuar a tiempo, ponerse a salvo y colaborar con las autoridades, robusteciendo las rutas críticas ya establecidas gracias al fomento de la cultura de la protección civil.
La historia nos ha demostrado que la unidad y el apoyo mutuo son fundamentales en tiempos de crisis, más ahora, cuando viene lo más difícil: el recuento de los daños y el inicio de la reconstrucción de Acapulco. En estos momentos, es esencial que sigamos mostrando nuestra solidaridad con el pueblo guerrerense, que enfrenta esta tragedia con valentía y resiliencia.
Es imperativo que los distintos niveles de gobierno continúen brindando la asistencia necesaria a la brevedad, no solo para restaurar las infraestructuras dañadas, sino también para ayudar a las comunidades a recuperarse. La reconstrucción debe ser inclusiva y centrada en las necesidades de las personas, especialmente de aquellas que se han visto más afectadas por esta tragedia.
Debemos abogar por un enfoque solidario que priorice la justicia social y la equidad en la recuperación de Acapulco. Desde aquí expresamos toda nuestra solidaridad y disposición para superar en unidad los desafíos que se avecinan para el puerto y sus habitantes.
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