En un pequeño departamento de la Ciudad de México, a finales de 1997, un año que hasta entonces había sido políticamente complejo para mí, conocí al licenciado Andrés Manuel López Obrador.
El contexto: yo tenía 37 años. Después de haber sido electo como diputado federal en dos ocasiones —por votación directa y como representante del primer y del segundo distritos federales, respectivamente— y como senador de la República en una ocasión, mi aspiración de ser el candidato a gobernar Zacatecas era legítima. Sin embargo, lejos de contar con la apertura para participar en el proceso interno de selección de candidatos fui excluido, perseguido y amedrentado.
La razón: Nilda Patricia Velasco, esposa del entonces presidente Ernesto Zedillo , y el mandatario mismo, se sintieron ofendidos porque acudí a la presentación del libro La neta, de la autora Manú Dornbierer. El evento se llevó a cabo en Zacatecas, específicamente en el icónico teatro Calderón, y acudí sabiendo que la obra criticaba a quien era la primera dama del país, por eso mi posición era de desacuerdo con el contenido, pues una de mis convicciones es que las calumnias se combaten con ideas. De poco o de nada sirvió la explicación de mi presencia allí; la ofuscación política y la intolerancia prevalecieron.
Las consecuencias: de lado quedaron mis méritos y la función que hasta ese entonces desempeñaba como vicecoordinador de la fracción parlamentaria del PRI durante mi segunda participación como diputado federal. A mi trayectoria la opacó la descomunal embestida de que fui objeto. Se impuso a otro candidato y, para justificar mi exclusión, desde las más altas esferas del poder se creó un expediente negro en mi contra, el cual se recicla desde entonces, pero que la justicia ha desmentido.
El encuentro: recuerdo con exactitud las palabras de Andrés Manuel López Obrador , quien entonces era dirigente del PRD, “Acepta ser nuestro candidato, tú vas a ganar; si quieres ayudar a tu estado, debes participar por nuestro partido”. Frente a la propuesta, mi respuesta inmediata estuvo viciada por la cercanía de lo ocurrido y la violencia con que se intentó frenar mi avance: “Es imposible ganarle al PRI. Me estás pidiendo que acepte el suicidio político. Yo sé como actúan, y tienen todo para aplastarnos, dinero, posiciones, el uso faccioso de la justicia y el manejo de órganos electorales locales. A eso sumémosle que su intención de voto es del 70 por ciento, y el PRD apenas cuenta con el cinco por ciento”.
La decisión: después de varias reuniones, acepté ser el candidato del PRD; la población de Zacatecas nos respaldó y cinco meses después ganamos la elección. Lo hicimos con la claridad y la contundencia necesarias, gracias al respaldo del 45 por ciento de las y los votantes del estado. Es decir, en un breve periodo de tiempo logramos crecer exponencialmente.
La larga travesía: desde entonces, mi vida pública ha estado marcada por el acompañamiento a Andrés Manuel López Obrador, convencido de que nuestro objetivo primordial era lograr que este líder excepcional fuera presidente de México. En las tres elecciones a las que se postuló para el cargo (2006, 2012 y 2018) fui coordinador de campaña y de dos de las cinco circunscripciones plurinominales. Participé también en un sinfín de encargos como delegado partidista y soy fundador de Morena en diversas entidades federativas.
El primer mandatario es un dirigente político perseverante y con un instinto impresionante; así ha sido desde siempre. Por ejemplo, hace 18 meses construye la sucesión presidencial, y lo ha hecho con tino, contundencia y habilidad. Logró socializar y priorizar su opinión en la colectividad de que solo un pequeño grupo puede aspirar a relevarlo en el cargo; quienes él refiera y señale, dando como resultado que la mayoría de los sectores —partidos políticos, sociedad civil, medios de comunicación, seguidores, militantes y simpatizantes, entre otros— se alineen con alguna de las tres corcholatas.
La fuerza y popularidad del presidente son tales que sus palabras, sin serlo directamente, se convierten en instrucción, en un llamado que excluye a quien él no refiera como posible aspirante. Esto sucede sin analizar la propuesta, experiencia, capacidad y visión de país que exige el México moderno. Por eso, quienes no están en el paraíso, se ubican en el infierno político o, al menos, en la descripción dantesca del purgatorio.
Nuestra obligación civil es persistir, y nuestra convicción por la defensa de la Constitución y el Estado de derecho será invariable. Aunque cueste la expulsión del ambiente de privilegio político, la defensa de los principios que nos dieron origen seguirá vigente. La perseverancia, el instinto y la intuición no deben abandonarnos; México necesita que luchemos por su grandeza. Ni nos vamos a rajar ni nos vamos a dejar. Como expresan los campesinos en frases que representan su carácter y la firmeza con que se deben tomar las decisiones en la vida: vamos a morir en la raya; dejaremos el cuero en la cerca.
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