A todas y todos los maestros de México, especialmente a quienes forman parte del sistema de educación pública.
Inicié mi carrera parlamentaria en la última mitad de los años 80, cuando en 1988 fui electo como diputado federal por Zacatecas. Después, en 1991, el voto de las y los zacatecanos me favoreció para convertirme en senador por primera vez. Tenía 31 años.
Seis años después, en 1997, expresé mi aspiración legítima para convertirme en candidato a la gubernatura de mi estado natal; tenía la experiencia, la cercanía con el pueblo (gracias al trabajo que había realizado), el ímpetu de la juventud y —lo que considero más importante— la voluntad y el convencimiento de que podía sacar adelante a Zacatecas, haciendo otro tipo de política. Pero aunque las condiciones estaban dadas, el autoritarismo institucional que imperaba en ese entonces, y que era ejercido desde el Ejecutivo federal, me cerró la puerta para participar como el candidato del partido.
Fue entonces cuando la relación con el sector magisterial, que se había ido construyendo desde mis inicios en la política, se convirtió en un factor fundamental para iniciar el proceso de transición política en Zacatecas, y me atrevería a decir que en el país. Fueron las maestras y los maestros quienes apoyaron la propuesta que yo representaba, la cual contemplaba destinar mayores recursos a la educación, con el objetivo de construir una sociedad más justa y equitativa.
Al aceptar la invitación del ahora presidente Andrés Manuel López Obrador, para competir por la gubernatura bajo la izquierda partidista, la intención de voto de ese instituto político era de sólo el cinco por ciento. Cuando empezamos a recorrer las comunidades, las y los docentes se fueron sumando al proyecto, demostrando su voluntad por cambiar el estado de las cosas y su capacidad para convertirse en motor de las transformaciones. Así, fueron ellas y ellos quienes se convirtieron en la columna vertebral del movimiento que inició en Zacatecas en 1997, y que logró que el estado fuera el primero en tener un gobernador de izquierda en México.
Siempre he sostenido que la educación es el mejor nivelador social que puede existir. Yo mismo soy prueba de ello. Provengo de una familia campesina, en la que mis 14 hermanas y hermanos hemos podido salir adelante gracias al sistema de educación pública, cuyo funcionamiento es solamente posible por la entrega de miles de docentes que día a día dan lo mejor de sí, con la aspiración de que cada niño, niña y joven que ocupa las aulas pueda tener una mejor calidad de vida.
Y a pesar de ello, en México se ha minimizado y en ocasiones denigrado el papel las maestras y los maestros. La prueba más álgida de ello la vivimos en el sexenio presidencial que inició en 2012 y cuyo primer cambio constitucional estuvo enfocado en subordinar aún más al magisterio al poder presidencial, a través de la mal llamada reforma educativa. En esa ocasión, como diputado federal, me opuse firmemente a la propuesta, porque estaba convencido de que se trataba, esencialmente, de una reforma laboral que buscaba someter a las y los docentes, en lugar de proteger sus derechos.
En esa ocasión no hubo argumento que valiera frente a la aplanadora de la mayoría legislativa, pero el tiempo nos demostró que quienes manifestamos nuestra inconformidad, quienes permanecimos junto a las y los maestros estábamos del lado correcto de la historia. En 2018, la izquierda finalmente logró llegar al poder, y desde el Congreso hemos iniciado el proceso de reivindicación del lugar que el magisterio tiene en la sociedad. No solamente derogamos las modificaciones de 2012, sino que aprobamos una reforma de gran calado que reconoce la figura de las y los docentes como el eje rector del sistema educativo mexicano.
El antecedente más antiguo de la Secretaría de Educación Pública es el Ministerio de Instrucción Pública e Industria, creado el 28 de septiembre de 1841; desde entonces y hasta la fecha, el magisterio ha llevado a la práctica una de sus principales consignas: “El maestro luchando también está enseñando”. Se trata de una batalla vigente, en la que debe ser prioridad garantizar que cada docente cuente con las herramientas y los recursos suficientes para llevar a cabo su noble labor.
A lo largo de mi formación académica, mis maestras y maestros me impulsaron a nunca dejar de prepararme. A ellas y ellos les debo en gran medida haber podido cumplir mis anhelos. Desde hace algunos años también soy profesor de posgrado en la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde cada semana intento infundir en mis alumnas y alumnos ese mismo anhelo; lo hago para devolver un poco de lo que recibí en las aulas, pero sobre todo con la convicción de que la transmisión de ideales y valores que ejerce cada docente siempre será la base de las transformaciones futuras.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA
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