Hace 45 años inicié mi trayectoria en la política de un México en donde la hegemonía partidista era indiscutible. Alrededor de 1987 conocí a quienes encabezaron la corriente democrática de aquel instituto político: Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, entre otros destacados personajes, cuyas convicciones progresistas, más cercanas a la izquierda, hicieron eco y marcaron una profunda huella en mis convicciones personales e ideológicas.
Por aquellos años yo ya me había desempeñado como diputado federal en el Congreso de la Unión y, posteriormente, como senador de la República, en un contexto en el que la totalidad de las gubernaturas de los estados, salvo Baja California, era regida por el PRI, además de la Presidencia de la República.
Pocos años después, alrededor de 1997, el hasta entonces inquebrantable poderío priista comenzó a mostrar visibles rasgos de vulnerabilidad, sobre todo tras haber perdido la mayoría en el Congreso, lo que también dio pie al inicio del pluralismo partidista y sentó las bases para la posterior alternancia política en México.
En aquel año, siendo yo diputado federal por segunda ocasión, maduraron en mí la idea, el deseo y la convicción de encabezar los esfuerzos para, como gobernador, lograr el desarrollo de mi estado natal, Zacatecas. Sin embargo, jamás pensé que tendría que enfrentar la cerrazón y el poder centralista del partido en el que militaba en ese entonces, el cual me negó la posibilidad de postularme como candidato, sin importar el enorme respaldo social con el que contaba.
Aquel hecho, lejos de minar mi ánimo, tuvo el efecto contrario, porque gracias al apoyo que amplios sectores de la sociedad zacatecana me refrendaron, me animé a tomar una de las decisiones más trascendentales de mi vida.
El movimiento de 1997 que encabezamos en Zacatecas tuvo profundas raíces en las causas ciudadanas y también contó con el respaldo ideológico de las y los principales líderes de la izquierda mexicana. Precisamente en ese año tuvimos el primer acercamiento con Andrés Manuel López Obrador, y desde entonces hemos mantenido gran concordancia en cuanto a los ideales, la visión de país y el interés de una nación con justicia social.
De igual manera, nos convertimos en el primer gobierno estatal de izquierda en México, en un contexto político adverso, con los últimos años de un centralismo reacio, cuyo partido mostró su mayor debilidad: la falta de democracia en sus procesos internos y el autoritarismo encarnado en la figura presidencial.
Hoy, cuando está en puerta la renovación de las gubernaturas del Estado de México y Coahuila, el contexto político es absolutamente distinto. Por una parte, en cerca de nueve años, Morena se consolidó como un movimiento social profundo y como una fuerza política que hoy gobierna, en conjunto con sus aliados, 21 de las 32 entidades del país, incluida la Ciudad de México, lo que representa el 56 por ciento del electorado.
De ahí que este partido-movimiento tenga la oportunidad histórica de alzarse con el triunfo en el Estado de México, considerado como el laboratorio electoral nacional; de igual manera, existen las condiciones para lograr lo propio en Coahuila y consolidar el liderazgo de la izquierda en el norte; ambos son dos de los últimos bastiones que aún mantiene la oposición.
En los dos casos hay un amplio margen de posibilidad de triunfo de la izquierda partidista, con una candidata emanada de las filas de la lucha magisterial, en el caso del Estado de México, y con un perfil proveniente del ámbito empresarial, en el de Coahuila, lo cual habla del nivel de apertura y pluralidad que existe al interior de Morena. Si el escenario es favorable, a mitad del presente año este instituto político refrendaría su alcance como la primera fuerza del país, ocupando la mayor parte de las gubernaturas y la Presidencia de la República.
Bajo tales condiciones, estamos obligados a realizar una reflexión a partir de un planteamiento bastante sencillo: frente al crecimiento exponencial de Morena, ¿cómo evitar regresar a una hegemonía que inhiba la maduración de la democracia en México? La respuesta es simple y contundente: aprendiendo de nuestra historia política, para evitar caer o cometer los mismos errores del pasado.
Morena tiene que alejarse de las viejas prácticas que convirtieron al partido oficial en los escalones de ascenso para la administración pública. También debemos competir bajo condiciones de igualdad, sin hacer uso de recursos públicos durante los procesos electorales.
En 2024, junto con la Presidencia de la República se disputarán nueve gubernaturas y se renovará el Congreso de la Unión. Resulta fundamental que las y los candidatos seleccionados para competir emanen de procesos de democracia interna, para evitar una regresión al absolutismo partidista. La fuerza con que Morena ha avanzado y los logros electorales que se alcancen este año deben funcionar como diques democráticos y no como elementos que amenacen su permanencia.
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