Recuerdo, de entre todas mis lecturas de formación, una que llamó particularmente mi atención. Se trata de El gesticulador, de Rodolfo Usigli, escrita en 1938. En ella, el protagonista, César Rubio, lleva a tal grado la impostura, que termina creyendo él mismo la farsa que urdió, suplantando la personalidad de su homónimo revolucionario, para hacérsela creer a la gente. “La mentira que dice la verdad” es una de las frases más memorables de esta obra, que encapsula la capacidad del personaje para engañar no solo a las demás personas, sino también a sí mismo.
Esta pieza dramática es una crítica mordaz a la política mexicana de principios del siglo XX, en la cual la verdad y la mentira se mezclan en el teatro del poder. La obra fue controversial, por exponer la hipocresía y el autoengaño que pueden dominar la vida pública. César Rubio, al asumir la identidad de un héroe revolucionario, encarna la manipulación y el cinismo que permean en el ámbito político. “Es tan fácil hacerle creer a la gente lo que quiere creer”, afirma el personaje, revelando cómo las ficciones construidas con habilidad pueden pasar por realidades, al menos por un tiempo.
La honestidad en la política no es tan solo una cuestión de ética; es una necesidad fundamental para la construcción de una democracia saludable. Cuando los personajes políticos se entregan a la impostura para engañar a la gente, se arriesgan a perder su propia identidad y propósito.
Algo parecido a lo que plasma Usigli en su obra teatral sucede con la denominada Marea Rosa, una movilización que, durante todo este tiempo, los grupos de poder, intelectuales orgánicos y el bloque conservador intentaron hacer pasar como “ciudadana”.
Han fingido ser sociedad civil, cuando a todas luces sus motivaciones tienen intereses, rostros, nombres y apellidos. Esta simulación de neutralidad y desinterés, de actuar en nombre de la ciudadanía, es tan ficticia como la identidad asumida por César Rubio. Detrás de esa fachada de preocupación ciudadana, se esconden intereses que buscan preservar el statu quo que, durante más de tres décadas, mantuvo a nuestro país en la ruina bajo los gobiernos neoliberales.
Este domingo, durante la autodenominada Concentración por la Defensa de la República, en el Zócalo capitalino, quedó al descubierto la verdadera naturaleza de la movilización. La candidata presidencial y los candidatos del bloque opositor hicieron acto de presencia y dirigieron mensajes a las y los asistentes, dejando en claro que no se trata de una iniciativa ciudadana genuina, sino de una maniobra orquestada por quienes añoran los días en que sus privilegios y su poder no eran cuestionados.
Uno de los ejemplos más claros de esta simulación es el de algunos de los expresidentes del ahora Instituto Nacional Electoral (INE), quienes revelaron su verdadera postura una vez concluido su encargo. Aunque en sus declaraciones públicas afirmen mantener un perfil de imparcialidad, en realidad su figura es utilizada para legitimar las acciones del bloque conservador. Además, en algunos casos, su gestión estuvo marcada por controversias en el proceso electoral e incluso fungieron como oradores en anteriores movilizaciones de la Marea Rosa. De ahí que su insistencia en presentarse como baluartes de la imparcialidad siempre se haya visto socavada por su cercanía y simpatía con figuras y grupos que defienden los intereses de una minoría privilegiada.
Ellos, junto con otros organizadores e impulsores de Marea Rosa, son los gesticuladores de nuestra época. Al igual que César Rubio, a lo largo de su presencia en la vida pública nacional, construyeron una narrativa en la que son los héroes desinteresados de la democracia, cuando en realidad están profundamente inmersos en la defensa de sus propios intereses y los de sus aliados.
A dos semanas de la jornada electoral más importante de nuestra historia, es primordial que la sociedad mexicana se mantenga vigilante y crítica ante estas falsas gesticulaciones. La verdadera lucha ciudadana no se lleva a cabo en escenarios teatrales ni con actores disfrazados de salvadores. La auténtica defensa de la República se construye día a día, desde abajo, con la participación genuina y desinteresada de quienes buscan un México más justo y equitativo, no de las personas que pretenden perpetuar sus privilegios a costa del bienestar común.
El texto de Usigli nos enseña que las mentiras pueden llegar a parecer verdades, si se repiten con suficiente convicción, y los gesticuladores insisten en tratar de engañar al pueblo. No solo se trata de una obra teatral, sino de una lección perenne sobre la importancia de la honestidad en la política. Nos invita a cuestionar los liderazgos y a rechazar las mascaradas que a menudo pretenden encubrir la corrupción y el oportunismo. Sin embargo, a final de cuentas, la propia ciudadanía se encarga de desenmascararlos, reclamando con ello su verdadera voz y sus derechos.
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