¿Cómo explicaría usted a un niño qué es la felicidad? Tal fue la pregunta que un periodista le hizo a la teóloga alemana Dorothee Sölle, quien contestó que no se lo explicaría, sino que le tiraría una pelota para que jugara. Pero la felicidad que genera esa actividad se va perdiendo cuando la convivencia entre amigos se convierte en un trabajo y en un negocio. En palabras del uruguayo Eduardo Galeano, el futbol es el triste viaje del placer al deber.
En distintos momentos de la historia, las disputas internacionales entre selecciones de balompié reflejaron el autoritarismo de algunos países. En la Copa América de 1921, el entonces presidente de Brasil, Epitácio Pessoa, ordenó que ningún jugador de piel morena ocupara un lugar en la selección carioca, por razones de prestigio patrio. Setenta y tres años después, en 1994, un jugador de tez morena, Romario, le dio la quinta copa del mundo a la nación sudamericana, antecedido por otros tantos, como Pelé y Carlos Alberto, quienes alzaron la copa en el mundial de México 70.

Así es como el futbol puede mostrar la evolución de las sociedades, pasando de posturas de intolerancia a la apertura racial o étnica. Pero este deporte también exhibe retrocesos importantes, episodios en los que pareciera que la afición de un equipo suspende su humanidad durante 90 minutos, convirtiéndose en bárbaros para quienes portar una camiseta distinta de la suya puede constituir el peor de los crímenes que alguien pueda cometer.

En México se presentaron antes otros enfrentamientos entre las denominadas barras bravas de los equipos de futbol nacionales, pero nunca se había llegado a un nivel de violencia como el visto este fin de semana en el Estadio Corregidora de Querétaro, durante el encuentro entre el club local y el Atlas de Guadalajara.

Las imágenes de familias corriendo por la cancha para escapar de fanáticos enardecidos, de personas despojadas de sus ropas ensangrentadas y siendo golpeadas estando ya inconscientes nos hacen preguntarnos cómo llegamos a esta barbarie. ¿Cómo un evento familiar se puede convertir en un momento de angustia, temor e histeria colectiva?

Es innegable que entre las barras bravas existe una apología de la violencia. La mayor fama la reciben los fanáticos británicos conocidos como Hooligans, quienes en 1985 protagonizaron el que hasta ahora ha sido uno de los momentos más negros del futbol, cuando en el estadio de Heysel, en Bruselas, los seguidores del Liverpool atacaron a los del club italiano Juventus, causando la muerte de 39 de ellos. Los equipos se disputaban la Copa de Europa, pero incluso frente al conflicto el partido no fue suspendido.

Hoy por hoy, los seguidores de los equipos visitantes en la liga inglesa no pueden ingresar ni antes ni después del partido a los pubs de los equipos locales. Y aunque la violencia entre aficionados ha disminuido notoriamente, las numerosas medidas de seguridad, así como las crecientes series y películas que evocan la nostalgia de los enfrentamientos entre barras son un signo de la fragilidad del equilibrio y del peligro que existe para que en cualquier momento la violencia se desate en las tribunas.

Ese equilibrio se perdió por completo en Querétaro, en donde los actos deleznables nos recuerdan la violencia en que puede derivar un entusiasmo mal entendido, aderezado de falta de seguridad y una larga tradición de impunidad. En los videos, los agresores ni siquiera temen ser reconocidos por las cámaras; con absoluta arrogancia se les ve atacando, incluso a las familias que se disponían a disfrutar un momento de sana diversión y que, en cambio, tuvieron que refugiarse en la cancha para no ser alcanzadas por los proyectiles y golpes que se propinaban en las gradas.

Debemos alejarnos de las teorías de la conspiración sustentadas en aire; de los análisis sesgados y mal intencionados que intentan hacer de lo sucedido en Querétaro un evento político, y reemplazarlos por un análisis serio de los factores que durante décadas han provocado una descomposición profunda de nuestro tejido social, que lamentablemente resulta en actos de violencia como los ocurridos en ese estadio.

Se debe reconocer que sucesos como éste no se gestan en unos cuantos días y que van más allá de cualquier rivalidad entre equipos, al obedecer a factores más profundos, como la falta de cultura cívica, una profunda desigualdad entre la sociedad y la creciente aceptación cultural de la violencia a nivel internacional.

Ahora le corresponde a las autoridades pertinentes dar claridad y certeza sobre lo ocurrido, encontrar a los responsables y evitar que estos actos de violencia queden impunes. Deberán también actuar correctamente para prevenir que este tipo de episodios se repitan, aunque sus secuelas serán duraderas.

Acciones como las sucedidas en Querétaro estarán siempre fuera de lugar; no deben normalizarse ni tomarse a la ligera, al contrario, son muestra inequívoca de la necesidad de profundizar los esfuerzos por recomponer el tejido social y recobrar los valores en que se sustenta nuestra sociedad.

ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

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