Cuando cursaba la preparatoria, uno de los libros que me asignaron como lectura obligatoria fue Matar a un ruiseñor. La novela tiene un número considerable de aspectos de relevancia, pero siempre he recordado en particular el regalo que recibe uno de los protagonistas —Jem, un niño que cursaba la primaria—: un rifle de aire, con el cual se le instruye que podría matar a cualquier pájaro, con excepción de los ruiseñores.
Llamó mi atención porque, como adolescente, me parecía difícil entender por qué un niño podría recibir semejante obsequio y, más aún, cómo era posible que para practicar se le permitiera apuntar a un ser vivo, sin ningún tipo de contemplación. El sentido común podría sugerir que esa cercanía de las personas menores de edad con la violencia y con las armas iría disminuyendo con el paso del tiempo, pero la realidad nos está demostrando todo lo contrario.
Hace poco, el fabricante WEE1 Tactical presentó el rifle bautizado como JR-15, inspirado en el AR-15, como “el primero de una línea de plataformas de disparo que ayudará de manera segura a los adultos a introducir a sus hijos en los deportes de tiro”.
Fueron precisamente dos AR-15 los regalos que Salvador Ramos se autorrealizó por haber cumplido 18 años. Después de hacerlo, a través de mensajes privados de Facebook anunció sus planes: asesinar a su abuela y atacar a niñas y niños de una escuela primaria en Texas, lo cual, tristemente, terminó en el asesinato de 21 personas, entre quienes se encontraban 19 menores.
Uno de los debates clásicos y añejos de las ciencias políticas y del derecho es si el ser humano es bueno o malo por naturaleza. El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau sostuvo la teoría del “buen salvaje”, argumentando que la sociedad corrompe a las mujeres y los hombres. Thomas Hobbes, por su parte, aseguraba que el gobierno era el único factor que podía salvarnos de un estado total de guerra y violencia.
¿Era Salvador Ramos bueno o malo por naturaleza? Teniendo claro que este tipo de acciones son injustificables, se debe aceptar que la sociedad hizo lo propio para que la tragedia sucediera: un entorno hostil; una familia disfuncional; la falta de atención, por parte del sistema, al acoso escolar que sufría el joven y, por supuesto, los inexistentes controles y filtros para que pudiera acceder a dos potentes armas de fuego.
Se trata de una combinación letal de descomposición social y acceso a armamento, en la que, independientemente de la naturaleza humana, las autoridades no están haciendo lo suficiente para evitar ese tipo de acontecimientos que cada vez se vuelven más recurrentes.
Un riesgo tan grave y latente para la sociedad estadounidense reclama una política pública diseñada específicamente para prevenir que atentados semejantes se repliquen, lo que sin duda apunta a una posible omisión del Congreso de ese país, que durante años ha cedido a presiones políticas y económicas para no limitar en forma consistente la venta de armas.
Y aunque se puede decir que se trata de un asunto de política interior de Estados Unidos, como afirmó el legislador republicano Ted Cruz, este fenómeno se encuentra vinculado a otras muchas actividades delictivas, como el tráfico de armas a México, luego de ser legalmente adquiridas a escasos kilómetros de la frontera.
Por eso, el tema de la regularización de las armas de fuego —que también en México se ha puesto a debate— trasciende fronteras. No podemos, y no debemos, permanecer indiferentes frente a este tipo de episodios, aunque haya quien asegure que sólo nos debería ocupar contener la violencia que aún golpea a nuestro país, pues se trata de un germen contagioso que se expande con rapidez, especialmente entre las personas que sufren, aquellas a quienes las sociedades les han quedado a deber.
En Estados Unidos, la regularización de las armas de fuego (que es inevitable) debe estar acompañada de programas de concientización, de un llamado a frenar el acoso escolar y a respetar la diversidad de las personas, de programas de apoyo para niñas y niños en situaciones difíciles, y en la detección temprana de comportamientos potencialmente violentos.
De igual modo, en México, la lucha contra la violencia y el tráfico ilícito de armas de fuego está siendo acompañada, por primera vez en décadas, de una política social sólida, en la que no se criminaliza la pobreza y sí se apoya a la juventud para alejarla de las garras del crimen organizado.
Responder la pregunta sobre la bondad o maldad humana seguirá siendo un tema filosófico, pero sentar las bases para que la población pueda vivir en paz y en armonía es un trabajo conjunto, entre sociedad y Gobierno, que no podemos seguir postergando.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA
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