La economía mexicana lleva 20 años creciendo a una tasa promedio del dos por ciento. Éste es el principal indicador utilizado en el modelo neoliberal para evaluar si un país va bien o mal, pero en realidad, desde hace algunas décadas, ha quedado claro que el crecimiento promedio del Producto Interno Bruto (PIB) no refleja adecuadamente el nivel de desarrollo de cada uno de los sectores socioeconómicos de las naciones.
Uno de los indicadores más comunes y más sencillos para saber cómo impacta el crecimiento del PIB en la calidad de vida de las personas es el PIB per cápita, que equivale a la división entre el total de la economía y el número de personas que viven en un país. En México, por ejemplo, el ingreso anual de las y los habitantes, según este indicador, es de 8,900 dólares estadounidenses (aproximadamente, 180,000 pesos mexicanos), cifra que evidentemente no refleja la situación real de la población; de hecho, la mayoría recibe ingresos anuales mucho más bajos, debido a que el ingreso en nuestra nación se distribuye de manera muy inequitativa.
En México, el crecimiento de la economía ha estado acompañado de una disminución en el salario real de las personas más pobres. Datos provistos por Branko Milanovic, en un estudio realizado para el Banco Mundial, indican que en los últimos 20 años el ingreso del 40 por ciento de la población más pobre en nuestro país se contrajo en más del 25 por ciento, mientras que el 10 por ciento de las y los mexicanos más ricos lograron incrementar sus ingresos en 1.25 veces.
Aquí está la clave: estos números confirman que es posible tener crecimiento económico sin que mejoren las condiciones de toda la población de manera equitativa. Por tanto, hablar de desarrollo, como lo indica Amartya Sen, implica ampliar el campo de análisis y no enfocarse solamente en el desarrollo del PIB, sino en una serie de elementos que permita incrementar el bienestar de las personas y, por lo tanto, su libertad para ejercer en plenitud todos sus derechos.
Es precisamente a esta concepción a la que el presidente López Obrador se refiere cuando distingue entre desarrollo y crecimiento. Una economía como la nuestra puede crecer de manera sostenida y, al mismo tiempo, dejar intactos los niveles de desigualdad económica y de oportunidades que perpetúan y agrandan el porcentaje de personas que viven en pobreza, a la vez que facilita que aquellas con mayor ingreso se vuelvan aún más ricas. El país está atrapado en un ciclo en el que la desigualdad se alimenta de sí misma.
En otras palabras, en México, mientras algunas pocas personas pueden gastar más de un millón de pesos diariamente, más de 50 millones de habitantes se tienen que preocupar por conseguir lo suficiente para comer. Esta situación es inaceptable, y por ello resulta sencillo entender el plan y los pasos que el presidente ha asumido para corregir esta situación. No se puede negar la importancia del desarrollo económico, especialmente como motor de crecimiento; sin embargo, tampoco hay que omitir la importancia de que este desarrollo considere las condiciones de la mayoría de la sociedad y las atienda. Sólo así será posible generar una mejor distribución del ingresos.
Conseguir que ya no se hagan condonaciones multimillonarias de impuestos; que no se evada el pago de contribuciones con esquemas como el de las facturas falsas; eliminar los contratos de compra del gobierno de bienes y servicios inservibles o a precios completamente fuera de mercado; erradicar el clientelismo, la corrupción electoral y el inmenso financiamiento a los partidos políticos con recursos del erario público, y promover un estado austero y eficiente son las primeras piezas de un plan estratégico que no es tan difícil de entender.
La distancia entre la vida diaria de la mayoría de los mexicanos y las mexicanas, y la realidad que los indicadores económicos buscan representar es abismal. Basta con salir a la calle, hablar con la gente de a pie y conocer sus necesidades, para darse cuenta de que difícilmente encontraremos en nuestro país a alguien que obtenga ingresos equivalentes a los calculados con base en el PIB per cápita. El 10 por ciento de las personas más ricas de México ganan cinco veces más que el otro 90 por ciento.
No cabe duda, el crecimiento económico es muy importante; se deben sentar las bases para que nuestra economía sea grande, productiva y competitiva, pero hay que crear mecanismos para mejorar el bienestar de toda la población. Para quienes siempre han logrado beneficiarse del crecimiento económico nacional —más allá de si se considera que es mucho o poco—, la situación no tiene por qué cambiar. Sin embargo, para quienes entendemos la importancia de lograr una sociedad más justa, instaurar un nuevo modelo es imperante. La idea del presidente es acertada: crecimiento económico sin igualdad no es desarrollo. No queremos que las personas adineras ganen menos; queremos que la persona promedio gane más, mucho más.
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