El asesinato de Julio César, ocurrido en los idus de marzo del 44 a. C., dejó una huella profunda en la historia de Roma y del mundo. Encabezados por Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto, los conspiradores justificaron ese acto como necesario para salvar la república romana. Sin embargo, el magnicidio no restauró la república como esperaban, sino que desencadenó una serie de guerras civiles que culminaron con el ascenso de Octavio, el primer emperador romano.
El asesinato de César, tema recurrente en la literatura y la cultura popular, simboliza la lucha por el poder y las consecuencias imprevistas de los actos políticos. Desde entonces, los magnicidios y atentados contra figuras políticas han dejado profundas cicatrices en las sociedades, alterando el curso de la historia y subrayando que la violencia nunca es el camino para la política.
El más reciente atentado que captó la atención mundial ocurrió este sábado 13 de julio durante un mitin en Pensilvania, donde el expresidente y candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, resultó herido en la oreja. Este acto violento cobró la vida de una persona y dejó a otras dos en estado crítico, antes de que el tirador, ubicado fuera del recinto, fuera abatido por el Servicio Secreto. El incidente subraya una vez más que los actos de violencia contra líderes de la política amenazan vidas individuales, pero también socavan los fundamentos de la democracia y el debate civilizado.
Numerosos líderes mundiales, incluido el presidente Andrés Manuel López Obrador, condenaron y expresaron su consternación por el hecho. El mandatario estadounidense, Joe Biden, y la vicepresidenta, Kamala Harris, se reunieron de inmediato con su cúpula de seguridad, para evaluar el impacto del intento de asesinato contra Donald Trump.
Este hecho también nos lleva a reflexionar sobre varios aspectos. En primer lugar, la polarización en el vecino país del norte, resultado del discurso exacerbado acerca de temas delicados y no menos importantes como la economía, la inmigración y los derechos humanos. La retórica incendiaria y la demonización del adversario crearon un ambiente propicio para la violencia, en lugar de la construcción de puentes y el diálogo.
Por otro lado, también debemos considerar la facilidad con que la población de ese país tiene acceso a armas de fuego de alto poder. El responsable del atentado fallido contra Trump, identificado como Thomas Matthew Crooks, de 20 años, disparó con un arma adquirida por su padre de manera legal, de acuerdo con los últimos reportes.
Este es un problema endémico en Estados Unidos, un país que, desde su fundación, se ha caracterizado por atentados y asesinatos en contra de figuras de la política. Recordemos que Abraham Lincoln fue asesinado en 1865, en Washington; John F. Kennedy, en 1963, en Dallas, desencadenando un periodo de agitación política y social. En 1968, Robert Kennedy, en Los Ángeles, dos meses después del asesinato de Martin Luther King Jr.; George Wallace recibió disparos en 1972 y Gerald Ford sobrevivió a dos intentos de asesinato en 1975. Asimismo, el entonces presidente Ronald Reagan fue gravemente herido en un atentado en 1981, dejando al descubierto la vulnerabilidad de los líderes frente a la violencia política en la Unión Americana.
En México también hemos enfrentado magnicidios: el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez fueron víctimas de la traición de Victoriano Huerta en 1913. Venustiano Carranza murió en una emboscada el 21 de mayo de 1920, mientras que Álvaro Obregón fue asesinado en 1928. Además, un atentado acabó con la vida de Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial, el 23 de marzo de 1994 en Lomas Taurinas, Tijuana, durante el llamado “Acto de Unidad”, lo cual desencadenó una crisis política significativa en la historia moderna de México.
Estos actos, condenables desde todas las perspectivas, subrayan la urgente necesidad de priorizar la vida y el respeto por encima de las diferencias de opinión, políticas y poder. La violencia jamás debe ser tolerada como medio para la expresión ni para tratar de cambiar el rumbo de las cosas.
Por el contrario, el hecho nos recuerda que en política deben prevalecer los acuerdos, el entendimiento mutuo y el diálogo constante, para el beneficio genuino de los pueblos. El atentado contra Donald Trump es un recordatorio sombrío de que la violencia solo perpetúa ciclos de odio y división, y de que únicamente a través del respeto mutuo y el diálogo permanente podemos aspirar a tener una sociedad en verdad justa y pacífica.
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