La creciente utilización de menores por parte de bandas organizadas, así como su participación en robos quizá orquestados por sus propios padres, hermanos mayores o familiares, requiere una solución radical.
El video de los niños sicarios siendo entrenados con armas de grueso calibre, mientras bromeaban espontáneamente, es aterrador. Tienen el poder de matar a alguien pero con total irresponsabilidad. Seguramente no son conscientes de la magnitud de sus actos.
Hace unos días sufrí un asalto en el paso a desnivel que conduce a Constituyentes, cuando el tráfico iba a vuelta de rueda. Quienes rompieron el cristal de mi coche para exigirme el reloj, celular y cartera eran tres menores de edad que parecían hermanos. El que me daba la cara para quitarme el reloj no parecía ser mayor a 13 años y el que amenazaba desde atrás con matarme si no entregaba lo que pedían, no llegaba a 18 años.
¿Ellos habrían decidido por propia voluntad correr los riesgos implícitos en la carrera delictiva o habrá algún mayor de edad que los explota y les quita lo que recaudan?.
Todo mundo sabe que los menores edad no pueden ir a la cárcel y si los detienen los liberan inmediatamente. Lo grave es que quienes los explotan también conocen la vulnerabilidad de nuestras leyes y de nuestro sistema de impartición de justicia.
Es cómodo para las autoridades escudarse en esta restricción y no buscar soluciones. Es más, es irresponsable la inacción y la falta de atención a este problema, pues esos niños al crecer seguramente dejarán el robo a transeúntes y automovilistas y terminarán distribuyendo droga o quizá cobrando derecho de piso a pequeños comerciantes y quemando sus locales, secuestrándolos o asesinándolos si no pagan. Quizá a una edad temprana terminen masacrados por el cártel rival, muertos en un tiroteo o en la cárcel.
Presuntamente por protegerlos como infantes, no se les enfrenta a la ley. Sin embargo, con esto, se les condena a que sigan siendo explotados ahorita y luego quizá ellos siendo adultos se conviertan en explotadores de otros, o delincuentes violentos, o quizá lleguen al asesinato y se les condene a una vida trágica.
La visión simplista de las autoridades es cómoda porque no enfrentarlo representa un problema menos que atender. La visión simplista de quienes en la sociedad asumen posturas subjetivas y emocionales de protección a estos menores, no parecen descubrir la tragedia a las que se les condena por inacción.
Es en esa edad en que todavía hay remedio, en que un sistema de correccionales para delincuentes infantiles puede tener éxito si se diseñan no para castigarlos, sino para liberarlos de un contexto perverso y regenerarlos para que lleven después una vida honorable, siempre y cuando haya un proyecto de readaptación profesional, con la ayuda de sicólogos, educadores y gente que asuma el rol de tutores y les preparen en oficios, o incluso, un proyecto académico que les de una nueva oportunidad de vida.
Lo que está podrido en la sociedad mexicana de hoy es el contexto de perversión y falta de valores que hay en el mundo adulto y si no, sólo basta con voltear a los orígenes de la tragedia sucedida
en el Colegio Cervantes, de Torreón, donde el asesinato de una maestra y el suicidio del niño asesino destapan un contexto familiar perverso, que indujo a este menor a quedar atrapado en ese trágico destino del cual hoy nos sorprendemos.
Lo que nos muestra el suicidio de José Ángel es a un niño frágil emocionalmente, que no tuvo la fortaleza de sobrellevar una vida trágica y por ello decidió huir para no enfrentar un futuro violento. Sin embargo, para no hacerlo de forma anónima con sabor a derrota, decidió hacerlo dejando una huella heroica desde su punto de vista, llamando la atención con un acto de alto impacto público y por ello planeó todo un montaje teatral o un “performance”, como le llaman a esto las nuevas generaciones, lo cual costó la vida a su maestra y dejó una huella imborrable en sus compañeros.
¿Cuantas historias más son similares a la de José Ángel, el niño del Colegio Cervantes, pero no las conocemos?.
Dejar a los niños delincuentes en libertad, significa mantenerlos en posición vulnerable frente a quienes les explotan.
El problema real de México es que quienes tienen la responsabilidad, evaden tomar decisiones radicales y afrontar las reacciones iniciales de quienes se verían afectados, así como las críticas de una sociedad emotiva y por lo tanto, manipulable.
Por ello el mensaje de no aplicar la ley porque significa “reprimir” es el culpable de este deterioro del tejido social, a lo cual se le quieren dar soluciones sensibleras y moralistas, que simplemente actúan como un placebo que maquilla la realidad mientras el cáncer social de la delincuencia continúa invadiendo la vida cotidiana de nuestro país.
La mejor muestra de amor por los niños delincuentes será que como una medicina desagradable pero en su beneficio, se les retire del contexto familiar y social contaminado, pero no para internarlos en una correccional típica donde sean castigados a la usanza tradicional, sino que se les brinde un sistema de readaptación social profesional, con terapeutas y educadores que les ofrezcan una formación cívica y productiva, para que en el futuro se reintegren en total libertad a una vida honorable y libre de peligros y se les brinden los medios prácticos para llevar una vida confortable y de calidad.
Este sería una posible solución de fondo para erradicar la violencia.
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