El presidente Luiz Inacio Lula da Silva empieza a brillar en la escena internacional a tan sólo cinco meses de haber asumido por segunda vez la presidencia de la República de Brasil.
Es paradójico que mientras el presidente López Obrador era declarado persona non grata por el gobierno de Perú, -e intercambiaba declaraciones ofensivas con la presidenta de ese país, Dina Boluarte-, el presidente Lula mantenía una larga conversación con su homólogo Vladimir Putin, -de Rusia-, tratando de mediar para desactivar el conflicto de ese país con Ucrania.
Este ejemplo ubica en su justa dimensión el ámbito del impacto de estos dos perfiles de liderazgo.
Mientras México se ha mantenido en el ostracismo internacional durante este gobierno, -con una evidente ausencia de nuestro presidente en los foros internacionales-, el Brasil de Lula se perfila para convertirse en cabeza moral de la región.
Lula es de esos gobernantes carismáticos que suelen coquetear con el populismo, como lo acaba de hacer con la desafortunada declaración de que Venezuela ha enfrentado una narrativa negativa de antidemocracia y autoritarismo, -construida desde el exterior-, con lo cual pretendió desestimar las denuncias sobre violaciones de derechos humanos y de falta de democracia que pesan contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Sus genes socialistas le empujan a la demagogia, pero en los hechos sus políticas internas han sido constructivas y evitan la confrontación. Ha gobernado para todos los brasileños, tanto para los que votaron por él, como para los que prefirieron a sus opositores.
Desde esta perspectiva, Lula ha demostrado ser un estadista, -indudablemente de izquierda-, pero respetuoso de las reglas democráticas y de la autonomía de los otros poderes.
Sus resultados como presidente le avalan, pues durante su primer periodo sacó de la pobreza a casi 30 millones de brasileños e impulsó el surgimiento de la llamada “nueva clase media”, generando empleos y convirtiendo a Brasil en una de las economías emergentes de mayor crecimiento.
Lula terminó su mandato con un porcentaje de aprobación ciudadana del 82%.
Definitivamente, Lula logró resultados en su anterior presidencia porque logró conjuntar un buen equipo de colaboradores cercanos, a los que dejó tomar decisiones, mientras él se dedicaba a lo suyo: endulzar el oído de las clases populares utilizando la demagogia populista.
Mientras el presidente López Obrador se formó en las filas del priísmo hegemónico de los años setenta, y en su juventud llegó a encabezar el PRI en Tabasco, Lula siempre fue un sindicalista que desafió al poder y la dictadura militar e impulsó en febrero de 1980 la fundación del PT, -Partido del Trabajo-, única organización política a la que ha pertenecido.
Siendo líder del sector metalúrgico fue encarcelado en abril de 1980 para destrabar una huelga que él había iniciado en la zona metropolitana de Sao Paulo, que ya estaba afectando a todo Brasil. No hubo mandato judicial de por medio.
Eran los tiempos del general Joao Figueiredo como cabeza de la dictadura militar que agonizaba.
Por ello podemos describir que Lula viene de aquellos demócratas que vivieron el fin de la dictadura militar brasileña, iniciada en 1964 y concluida por la presión social en 1985.
En contraste, López Obrador nace como líder social con la toma de pozos petroleros de Tabasco.
Los orígenes y el contexto de cada quien determinan sus actitudes políticas.
Durante cuatro años el presidente López Obrador intentó asumir el liderazgo de América Latina aprovechando la ausencia de líderes carismáticos en el gobierno de los otros países de esta región, y que Jair Bolsonaro, -presidente de Brasil-, careciese de tacto político para abanderar causas.
Sin embargo, el presidente López Obrador intentó asumir el liderazgo tomando como estrategia la confrontación y la provocación de conflictos, como ha sucedido recientemente con la presidenta Dina Boluarte, -de Perú-, o cuando él no asistió a la IX Cumbre de las Américas, realizada en Los Ángeles, California, del seis al diez de junio del 2022, -organizada por la OEA-, para obligar a Estados Unidos y la OEA a aceptar la asistencia de quienes encabezan las dictaduras latinoamericanas.
Ni qué decir de las reiteradas criticas subidas de tono a la OEA y a la ONU, descalificando la autoridad moral de ambas instituciones.
Seguramente el presidente Lula, -con mucha mano izquierda y visión política de alto alcance-, capitalizará los errores diplomáticos de México, -agravados por las declaraciones hechas por nuestro presidente-, y logrará consolidarse como el líder regional.
Madres buscadoras
La violencia criminal en contra de madres buscadoras ha llegado al límite.
El grado de indefensión y vulnerabilidad de estas luchadoras sociales contrasta con la indiferencia del gobierno federal y los gobiernos estatales y por ello han optado por intentar sensibilizar a los verdugos de sus hijos, de sus parejas y de sus familiares desaparecidos.
La respuesta del presidente debía haber sido emotiva y determinante. La responsabilidad de todo gobierno, -en cualquier parte del mundo-, es proteger a los ciudadanos de cualquier riesgo posible.
Los ciudadanos hubiésemos esperado que ante un llamado tan dramático y desesperado de este colectivo de “madres buscadoras”, el presidente hubiese sacado la casta y ordenase un agresivo programa de blindaje para proteger a estas bravas y admirables mujeres.
Sin embargo, más bien parece que él considera que la mejor solución … será rendirse a la negociación para alcanzar la pax narca.
Muchos líderes de opinión hacen referencia a negociaciones realizadas entre grupos criminales y los gobiernos de varios países. Sin embargo, estos acuerdos, -realizados en lo oscurito porque no tienen sustento moral ni legal-, han sido prácticos porque se realizan desde la posición de fortaleza gubernamental, para responder con fuerza si la delincuencia no cumple los acuerdos.
En nuestro caso, -como país-, la delincuencia le ha perdido respeto a la autoridad y ya hay zonas territoriales donde tienen el control absoluto y las fuerzas armadas no ingresan a esos territorios.
Lograr acuerdos entre el Estado Mexicano y la delincuencia, sólo significaría dar una tregua en la cual los delincuentes se fortalecerían aún más para enfrentar a las autoridades legítimas.
Además, ¿con quien negociaría el gobierno federal? Hoy la delincuencia está fragmentada en muchos cárteles regionales. Negociar con unos, significaría asociarse con ellos para minimizar a sus adversarios, lo cual convertiría al gobierno en cómplice.