Seguramente el presidente López Obrador no dimensionó el alcance y profundidad de su declaración respecto a la lealtad de los pobres.

Espontáneamente, el miércoles pasado el presidente definió durante la conferencia mañanera que “ayudar a los pobres es ir a la segura, pues cuando se necesite defender a la transformación, se contará con el apoyo de ellos”. Y para que no quede duda, concluyó: “Es una estrategia política”.

Esta última declaración en boca del mismo presidente echa por tierra la visión humanista y generosa que nos quiere proyectar de su gobierno.

Esta declaración transmite importantes significados para entender la realidad cotidiana de nuestro país, pues define claramente los verdaderos objetivos de los programas de asistencia social, que para este gobierno son prioritarios.

Es evidente que detrás de esta estrategia política, -reconocida por el presidente-, está el objetivo de generar agradecimiento que se traduzca en dependencia, que a su vez pueda capitalizarse en votos.

Tenemos que reconocer que esta perversa visión de la seguridad social tiene más de cincuenta años, desde el gobierno del presidente Echeverría . Fue desarrollada después por los gobiernos priístas que le sucedieron, así como por los panistas Fox y Calderón que mantuvieron esta política, hasta llegar a Peña Nieto.

Esta ha sido la estrategia política del Estado Mexicano para mantener a los pobres como una reserva electoral a favor del gobierno en turno.

Por ello, -durante el priísmo del siglo XX-, cuando se pretendía proteger a un posible candidato presidencial se le mandaba a encabezar la SEDESOL, -como hizo el presidente Salinas con Luís Donaldo Colosio -, quien después de esta encomienda se convirtió en el candidato presidencial del PRI.

Sin embargo, lo que establece la gran diferencia entre el modelo anterior, -neoliberal-, y el de la 4T, es precisamente el cómo se instrumenta la política asistencialista de los programas sociales.

Los gobiernos anteriores realizaban las acciones asistencialistas de modo institucional y crearon toda una infraestructura organizacional para hacer eficiente la entrega de la ayuda gubernamental.

En contraste, la gran diferencia entre ambos modelos de gobierno es que, -bajo el argumento de combatir la corrupción-, el presidente López Obrador decidió desaparecer los programas institucionales y eliminar el modelo organizacional de entrega, a fin de hacer llegar el dinero directamente a los beneficiarios, sin intermediación y de modo individualizado.

De este modo desaparecieron las ayudas para las estancias infantiles y para las guarderías, para entonces entregar el dinero directamente a los papás, para que ellos cuiden a sus propios niños.

De esta forma el dinero recibido parece ser atribuido directamente al presidente… y el agradecimiento también.

La personalización de la ayuda asistencialista adquiere entonces un enfoque paternalista, que se vincula con la imagen de un caudillo que gobierna, todopoderoso y justiciero, que paga y premia la lealtad, pero también castiga la traición.

Esta visión política de la asistencia social también nos remite al modo en que desde el gobierno se trata el tema de la pobreza.

Si bien durante el neoliberalismo el gobierno en turno sacaba beneficio de los programas sociales, lo hacía de modo indirecto e institucional.

Por ello vemos que los gobiernos neoliberales estimularon la creación y operación de programas generadores de oportunidades laborales, así como el apoyo al microempresario. El desarrollo de competencias laborales a través de la capacitación fue fundamental.

En contraste, entendemos hoy, - con la declaración del presidente del pasado miércoles-, que la idealización de la pobreza y su dignificación como un estado social deseable, lo único que pretende es mantener los niveles de pobreza para generar control social y político en el mayor número posible de población, a partir de asegurarles la sobrevivencia pero generando dependencia total del ciudadano respecto de las ayudas sociales, y con ello, tener garantizado el control del voto en las elecciones.

Es importante definir que el verdadero uso de los programas asistenciales, -desde una visión ética-, debiese ser temporal, excepto para quienes ya están incapacitados para participar en el mercado laboral, ya sea por la edad, -o por la salud-, como sucede en casi todo el mundo desarrollado.

El objetivo real de los programas sociales debiese orientarse, -para el sector de población que tiene potencial productivo-, hacia a la formación y desarrollo de habilidades, a fin de impulsarles a lograr su crecimiento personal y de calidad de vida.

A su vez, el gobierno debe convertirse en el promotor de oportunidades laborales que permitan a corto y mediano plazo, -a cada ciudadano-, alcanzar la autosuficiencia económica para así, ayudar a sus familias a transitar de la pobreza hacia la clase media.

Anunciar que en este año que inicia se anticipará la entrega de las ayudas sociales para no interferir en los procesos electorales parece ser un distractor.

Podríamos concluir que el objetivo de la 4T es mantener a quienes hoy están en la pobreza, en su zona de confort, para así ejercer control a partir de sus necesidades básicas de sobrevivencia.

Por ello es evidente la animadversión manifiesta del presidente hacia la clase media, que por ser autosuficiente es exigente respecto a los resultados que se deben esperar de la administración pública.

Ahora ya entendimos que un México de pobres es el objetivo de la 4T, para mantenerse indefinidamente en el poder.

LA INFANCIA ROBADA

El video que circula en redes sociales, donde aparecen unos niños que con armas de juguete montaron un retén en una carretera y detienen a los automovilistas, en lugar de interpretarlo con simpatía infantil nos debiese llenar de gran preocupación, pues nos describe como está permeando la narcocultura en la niñez.

¿En cuanto tiempo más el crimen organizado los cooptará y les entregará armas de verdad para que se conviertan en sicarios y burlen la ley aprovechando los beneficios jurídicos de su edad?

Este es el México que no estamos viendo nacer.

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